Durante los últimos tres meses, decenas de miles de manifestantes se han volcado a las calles de las principales ciudades de Brasil. Cortaron calles, se enfrentaron con la policía y paralizaron el transporte público con protestas donde las pensiones tenían gran prominencia. Pero la crisis de jubilaciones de ese país, que ha llevado al gobierno a intentar subir la edad mínima de retiro, causando una fuerte reacción de los trabajadores, no se podrá solucionar con facilidad.
El sistema de retiro de Brasil permite que los ciudadanos se jubilen en promedio cuando cumplen 58 años, ocho años antes que la gente en Estados Unidos, y reciban un promedio de 80% de su ingreso en actividad (comparado con un promedio de 60% para la OCDE). Las pensiones, que actualmente representan alrededor de un tercio del gasto gubernamental, casi no son percibidas por trabajadores de bajos ingresos. Sin embargo, son tan generosas con quienes las reciben que generan erogaciones que desplazan recursos para inversiones en áreas clave como salud y educación, y podrían amenazar el sistema de retiro con una eventual catástrofe. El sistema actual no es sostenible.
Brasil no es el único en esta situación. América Latina y el Caribe aún tiene una población relativamente joven. Pero paga pensiones muy elevadas a quienes cumplen los requisitos para obtenerla, mientras deja sin jubilación a grandes cantidades de ciudadanos en el sector informal. Eso no sólo lleva a un sistema sumamente desigual. Significa que la región probablemente enfrente graves problemas de financiación en la segunda parte del siglo, cuando su población envejezca y supere a Europa para convertirse en la región con la mayor proporción de personas de la tercera edad vs. en edad laboral.
Una comparación con países de la OCDE, detallada en la edición 2016 del estudio insignia del BID Ahorrar para desarrollarse: Cómo América Latina y el Caribe puede ahorrar más y mejor, ilustra el problema. Argentina y Brasil gastan alrededor de 6% a 8% de su PIB en pensiones cuando 11% de la población argentina y 8% de la brasileña tienen 65 años o más. Esas son participaciones del PIB bastante similares a lo que gastaban Francia e Italia en 1980 cuando eran países mucho más envejecidos, con 14% de su población en ese rango etario.
La mayoría de los países en la región, por supuesto, no gastan tanto. Sus gastos en pensiones oscilan entre 1,5% y 4% del PIB, mientras la cifra es más cercana a 1%-2% en América Central. Pero eso no refleja una mejor administración o más sostenibilidad. Quiere decir que la cobertura es baja. De hecho, según una simulación que realizamos como parte de nuestro estudio insignia, incrementar la cobertura en la región a 75% de la población con una pensión mínima obligatoria en cada país elevaría los niveles de gasto en pensiones a los de Estados Unidos, Canadá y el Reino Unido, que de forma similar tienen poblaciones de mucha mayor edad.
La necesidad de reforma es urgente. Dadas las actuales condiciones y reglas en los sistemas de reparto que son comunes en América Latina y el Caribe, en promedio los países están comprometidos a pagar pensiones equivalentes a 67% del salario de un trabajador, cuando de hecho pueden pagar 37%. Para 2100, cuando la transición a una sociedad de mucha mayor edad se haya concretado, ese porcentaje caerá a 15%.
La informalidad laboral también pasará factura. Más de la mitad de la fuerza laboral en la región tiene empleos informales y no aporta a un sistema de pensiones. Esta situación lleva a muchos países a establecer sistemas “no contributivos” que brindan pensiones financiadas por el gobierno a personas mayores que no han hecho aportes jubilatorios. Pero esos beneficios, que van de alrededor de 5% del ingreso per cápita a alrededor de 30% en Brasil y Argentina, son escasos y costosos, como se explicó en un blog anterior. Y lleva a una enorme desigualdad en la calidad de vida en la tercera edad.
Ninguna solución será fácil. Pero ocuparse de la informalidad laboral, así como de las reglas de las prestaciones, las edades de jubilación y las tasas de aporte, es esencial para que grandes cantidades de adultos mayores sin cobertura no ingresen en la tercera edad con ingresos miserables o inexistentes. Como muestra la actual crisis en Brasil, es mejor hacer esto lo antes posible, para poder construir un consenso y esparcir los sacrificios a lo largo del tiempo. La región se ha beneficiado enormemente de tener una población joven. En su creciente madurez, debe pensar en el día en que envejezca.
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