¿Podría usted disponer del equivalente de US$400 en caso de emergencia? Mucha gente no. Un estudio reciente de la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal de Estados Unidos revela que 47% de la población del país no podría disponer de US$400 sin vender algo o sin endeudarse. Eso significa que quizá no puedan cubrir el costo de una reparación del carro o de una visita a la sala de urgencias de un hospital. Si se lesionan o quedan desempleados, les puede resultar difícil pagar las facturas de los servicios básicos. Podrían pasar apuros hasta para sufragar una reparación de rutina en la casa. En pocas palabras, se hallan en una situación económica sumamente peligrosa, y según una exhaustiva investigación sobre este problema publicada por Atlantic Monthly, ese grupo incluye no solo gente de bajos ingresos, sino también profesionales de clase media e integrantes de la clase alta.
Si así es la cosa en uno de los países más ricos del mundo, qué quedará para América Latina y el Caribe. Alrededor de una tercera parte de la fuerza laboral de la región trabaja independientemente, mientras que en EE.UU. la cifra correspondiente es de una décima parte. Según un reciente estudio del BID, los ahorros familiares de cada grupo etario de la región son considerablemente
menores que en EE.UU. Un enorme 55% de los trabajadores no hacen aportes a planes de ahorro para la jubilación. La seguridad económica de ingentes cantidades de personas es precaria, y no se trata solo de su capacidad de gasto. Una situación económica precaria causa vergüenza, ansiedad y depresión. Y también provoca problemas de salud.
En Estados Unidos, la deuda de tarjetas de crédito tiene su figuración en esta comprometida situación. Los costos de salud y educación han subido y los ingresos de muchos sectores de la población se han estancado. Las familias que tratan de cubrir la diferencia mediante tarjetas de crédito han acumulado deudas hasta el punto de que, en promedio, casi cuatro de cada diez familias deben más de $15.000. Entretanto, en Brasil ese tipo de deuda tiene paralizadas a muchas familias. Años de crédito fácil han sido seguidos por una alta inflación y desempleo. El año pasado, la deuda familiar en ese país alcanzó niveles sin precedentes. Las tasas de interés de la deuda de tarjetas de crédito se mantuvo en un increíble nivel de 200%, y algunas familias estaban destinando hasta la mitad de sus ingresos mensuales únicamente al pago de intereses, según artículos de la Associated Press y Bloomberg.
Si no ocurre lo propio en otros países de la región donde el acceso a tarjetas de crédito es menos extendido, los hábitos de gasto de consumo excesivo sí son parecidos. Como se expuso en un reciente blog del BID, América Latina y el Caribe comparten las mismas preferencias que Estados Unidos en cuanto al consumo presente. En el lenguaje de la economía del comportamiento, eso significa que en ambas partes la gente está sicológicamente lista para valorar más las satisfacciones del momento que las de más adelante. Buscan la satisfacción inmediata y gastan como si el mundo se fuera a acabar. Esas tendencias hacen difícil alentarlos a guardar dinero para tiempos de vacas flacas y, a diferencia de Asia, donde imperan otras preferencias en cuanto al consumo presente, les ponen las cosas difíciles a los responsables de políticas que tratan de promover la adopción de hábitos prudentes de ahorro a largo plazo.
La falta de educación económica en ambas partes de las Américas agrava el problema. Un estudio para la Oficina Nacional de Investigación Económica de EE.UU. (NBER) reveló que una gran mayoría de los estadounidenses no entiende conceptos económicos básicos como el interés compuesto y la diversificación del riesgo. Otro estudio de 2013 determinó que en Chile, Colombia, México y Perú la mayor parte de la población ni entiende el término “tasa de interés” ni la inflación. Tal ignorancia dificulta el manejo del dinero a largo plazo. Y combinada con el instinto de gastar, prácticamente garantiza que grandes cantidades de personas se van a quedar sin reservas que les permitan superar una situación de emergencia. También garantiza que la estrechez económica será aún peor al llegar la edad de jubilarse, cuando años enteros de malas decisiones económicas se agraven por la pérdida del ingreso.
¿Qué se puede hacer? Es fundamental que haya políticas económicas más prudentes que hagan aumentar los ingresos y reduzcan la desigualdad. Igualmente se deben diseñar instrumentos que apliquen los descubrimientos de la economía del comportamiento a la promoción del ahorro en el sistema bancario y, además, introducir programas que impartan conocimientos económicos básicos y hábitos de ahorro a los jóvenes.
Por ahora las perspectivas distan de ser alentadoras. En Estados Unidos, según el artículo de Atlantic Monthly, las familias ubicadas en los dos quintiles de ingresos más bajos carecen de patrimonio y de recursos a los que puedan recurrir en caso de emergencia. En América Latina y el Caribe, apenas 15% de los trabajadores con un ingreso diario de menos de $4 (la línea estándar que demarca la pobreza moderada) hacen aportes a planes de ahorro para la jubilación ‒una bomba de tiempo que dejará a millones de ancianos en la indigencia. Tales situaciones son insostenibles. Únicamente un cambio en muchas direcciones distintas puede llevar a una salida.
Algunos de esos temas son abordados en la edición de 2016 de la serie de informes insignia del BID, Desarrollo en las Américas, titulado Ahorrar para desarrollarse: cómo América Latina y el Caribe puede ahorrar más y mejor. Haga clic aquí para recibir actualizaciones sobre este libro de próxima publicación y un PDF gratis una vez publicado.
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