
En el corazón de la selva amazónica, el poder de mercado adopta formas inesperadas. Lejos de las salas de directorios empresariales de São Paulo o de Nueva York, la concentración económica puede determinar si los pequeños productores prosperan, si la selva se mantiene en pie y si las comunidades logran salir de la pobreza.
Dos estudios recientes sobre la Amazonia —uno sobre comunidades pesqueras y otro sobre la industria ganadera— muestran cómo el poder desigual de negociación a lo largo de las cadenas de valor afecta tanto los medios de vida como el medio ambiente. Revelan cómo el acceso desigual a los mercados puede limitar la competencia, perjudicar a los productores y dañar los ecosistemas.
Es uno de los temas centrales del próximo informe insignia del BID Development in the Americas (DIA), que se publicará próximamente, y que aboga por eliminar los obstáculos a la competencia —incluidas las barreras regulatorias y de otro tipo— para favorecer el crecimiento, la innovación y el bienestar social en América Latina y el Caribe.
Pescadores y cooperativas que reducen el poder de los intermediarios
En remotas comunidades ribereñas de la Amazonia brasileña, la vida gira en torno al pirarucú, un pez gigante de agua dulce que puede alcanzar tres metros de largo y pesar más de 200 kilos. Cada año, durante la corta temporada de pesca, las familias cazan pirarucú en ríos y lagos cercanos y lo venden a comerciantes que recorren los ríos. Estos intermediarios llegan en lancha, compran la pesca y la revenden a procesadores y minoristas a cientos de kilómetros. Durante muchos años, formaron un cartel que, en los hechos, fijaba los precios.
Un estudio de Viva Ona Bartkus, Wyatt Brooks, Joseph Kaboski y Carolyn Pelnik evaluó un programa de una ONG que buscaba romper esa dependencia. Con apoyo de la Fundação Amazonas Sustentável, grupos de pescadores juntaron recursos para comprar embarcaciones grandes con cámaras de hielo, lo que les permitió eludir a los intermediarios y llevar su pescado directamente a los mercados de Manaos. Los resultados fueron notables: en el primer año, las comunidades con embarcaciones ganaron 27 % más que aquellas que seguían dependiendo de los intermediarios, aun sin pescar más ni trabajar más horas. Las ganancias provinieron principalmente de mejores precios —alrededor de 20 % más por kilo— y de una mayor capacidad de negociación frente a los comerciantes.
El proyecto también resultó altamente rentable: el aumento de ingresos fue tan grande que las embarcaciones se pagaron solas en menos de tres años. Además, los hogares usaron parte de esos ingresos extra para mejorar su alimentación, lo que indica un avance real en bienestar, no un simple golpe de suerte pasajero.
En otras palabras, incluso donde la naturaleza es generosa, el poder de monopsonio —pocos compradores frente a muchos pequeños vendedores— puede mantener a las comunidades en la pobreza. Corregir ese desequilibrio no requiere necesariamente grandes obras ni subsidios masivos. A veces, inversiones cooperativas bien focalizadas pueden aflojar el control de los intermediarios y liberar el desarrollo local.
Regulaciones ambientales que restringen la competencia y dañan el ambiente
Un segundo estudio, de Marcos Barrozo, analiza otra cadena productiva —la de la carne vacuna— pero con el mismo problema de fondo. La ganadería es uno de los principales motores de la deforestación en la Amazonia brasileña. Sin embargo, la historia no es simplemente la de productores que desmontan por lucro: también es la de estructuras de mercado distorsionadas que determinan dónde y cómo se produce.
Usando datos detallados que rastrean el movimiento del ganado desde los campos hasta los frigoríficos, Barrozo encuentra que las empresas frigoríficas ejercen un fuerte poder de monopsonio: son las compradoras dominantes de ganado en muchos mercados locales. Este patrón varía según la región. Cerca de los puertos y de las grandes ciudades, unos pocos frigoríficos grandes, habilitados para exportar, concentran el mercado. En zonas más remotas, en cambio, compiten numerosos frigoríficos pequeños, muchas veces informales y orientados al mercado interno. A simple vista, esta competencia debería favorecer a los productores. Pero hay una paradoja: los mercados más competitivos son también los más contaminantes.
Como las regiones remotas tienen bosques más densos, el aumento de la competencia desplaza la producción hacia zonas con mayores emisiones de carbono. Al mismo tiempo, las políticas ambientales que se concentran solo en los exportadores —por ejemplo, los requisitos de sostenibilidad o los aranceles a los frigoríficos autorizados para exportar— pueden tener el efecto contrario al buscado. Al desalentar la entrada de frigoríficos grandes y más productivos, esas regulaciones empujan la actividad hacia firmas informales, no sujetas a los mismos controles, en regiones de altas emisiones.
La lección es clara: la regulación ambiental que ignora la estructura de mercado puede ser contraproducente. En la Amazonia, las políticas deben considerar cómo interactúan empresas de distintos tamaños y niveles de productividad a lo largo del territorio. Fortalecer a las firmas formales y limitar la entrada de frigoríficos informales, de baja productividad y alta emisión, puede —paradójicamente— reducir tanto las emisiones como los precios al consumidor, mejorando el bienestar general.
Desarrollo, competencia y sostenibilidad
En conjunto, estos dos estudios revelan un vínculo importante entre poder de mercado, desarrollo y sostenibilidad. Sea pescado o carne, pobreza o deforestación, el acceso desigual a los mercados genera ineficiencias. El poder de mercado no es exclusivo de los gigantes multinacionales: también lo ejercen pequeños grupos de intermediarios que dominan mercados locales, definiendo quién se beneficia de los recursos naturales y quién paga los costos.
Estas historias amazónicas reflejan un tema central para América Latina y el Caribe. En toda la región, los mercados fragmentados, las barreras regulatorias y los actores dominantes limitan la competencia y la innovación. Las consecuencias —baja productividad, informalidad e inequidad— resuenan mucho más allá de la selva. Las mismas fuerzas que mantienen a los pescadores en la pobreza y desvían la producción ganadera también frenan el desarrollo de economías enteras.
El próximo informe insignia del BID
Estas conclusiones forman parte de un esfuerzo de investigación más amplio del Banco Interamericano de Desarrollo. A fines de este año, el BID publicará su nuevo informe insignia Desarrollo en las Américas, titulado Markets for Development: Improving Lives through Competition. El informe cuantifica cómo la falta de competencia en distintos sectores —desde la banca hasta el mercado laboral y la logística— reduce el crecimiento y las oportunidades en América Latina y el Caribe. El mensaje, como muestran las historias de la Amazonia, es claro: el problema de la región no es el exceso de libertad de mercado, sino la falta de competencia.


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