
En un pequeño barrio en las afueras de Santo Domingo, un nuevo almacén abre sus puertas. A las pocas semanas, los precios en los comercios vecinos bajan y los clientes notan un mejor servicio. A miles de kilómetros, en los suburbios de Ciudad de México, la llegada de cadenas minoristas cuenta una historia parecida. En dos décadas, las cadenas de supermercados pequeños pasaron de 2.000 a más de 23.000 locales, forzando a cientos de miles de tienditas o almacenes de barrio más tradicionales a adaptarse o desaparecer.
Como muestran estudios del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la competencia es claramente buena para los consumidores y puede marcar una gran diferencia en mercados fragmentados, donde uno o pocos vendedores dominan. Pero a medida que los jugadores grandes se expanden, también pueden generar pérdidas de bienestar cuando inducen el cierre de pequeños comercios y sus empleados pierden sus trabajos. El desafío de política es doble: garantizar la competencia y, al mismo tiempo, ayudar a que las empresas y los trabajadores puedan ajustarse.
Estos desafíos —y muchas otras cuestiones relacionadas con el poder de mercado, la competencia y sus consecuencias— son analizados en el próximo informe insignia del BID, Desarrollo en las Américas.
Los beneficios de la competencia en los mercados minoristas
Un estudio en República Dominicana muestra algunos de los beneficios más claros de la competencia. En ese experimento, investigadores trabajaron junto al programa de transferencias condicionadas del país, que pagaba los beneficios a través de almacenes locales. El gobierno autorizó aleatoriamente a 61 nuevos comercios a sumarse a la red en 72 pequeños mercados, creando una oportunidad inusual para observar qué ocurre cuando nuevos locales ingresan a zonas con poca competencia.
El resultado fue incuestionable. Los precios de los productos básicos cayeron alrededor de un 6% y los hogares accedieron a bienes de mejor calidad. Las tiendas que perdieron exclusividad reaccionaron rápido, mejorando su atención para retener a los clientes. Como la entrada fue aleatoria, los investigadores pudieron atribuir estos efectos directamente a la competencia y no a cambios en la demanda ni en los ingresos.
El mecanismo fue de libro de texto: menores markups bajo una competencia más intensa. Y el contexto —mercados pequeños que atienden a hogares de bajos ingresos— fue clave. En muchas zonas de bajos recursos, muchas veces desconectadas de la red de transporte, un solo comerciante controla de hecho la cadena local de suministro. El estudio muestra que incluso un solo nuevo competidor puede cambiar ese equilibrio, transfiriendo poder de compra directamente a los consumidores.
Cadenas de conveniencia y la transformación del comercio minorista en México
Si el experimento dominicano mostró cómo funciona la competencia entre pequeños comercios en barrios específicos, otro estudio en México amplía la mirada a escala nacional. Utilizando dos décadas de censos económicos y encuestas de hogares —que cubren las 600.000 tiendas de barrio del país—, el trabajo mide cómo el rápido crecimiento de las cadenas de pequeños supermercados transformó el mercado minorista.
Para aislar causa y efecto, el estudio aprovechó el hecho de que las cadenas se benefician de economías de escala y de ubicarse en calles con alto tránsito. Combinando estos factores, el autor construyó un instrumento que predice dónde las cadenas se expanden por razones de costos, no por demanda local.
El barrio urbano promedio en México pasó de no tener ninguna tienda de cadena a tener unas siete en veinte años. Esa expansión redujo el número de tienditas (almacenes de barrio tradicionales) en torno a un 15%, casi enteramente porque se abrieron menos nuevas tiendas, no porque cerraran las existentes. Los ingresos y las utilidades del sector de pequeños comercios cayeron entre un 20% y un 30%, aunque las tiendas sobrevivientes sufrieron solo caídas moderadas. Los consumidores siguieron comprando en sus comercios de siempre, pero con menor frecuencia y gastando menos en productos empaquetados. Las compras de frutas, verduras, pan y pastelería casi no cambiaron.
¿Por qué? Porque en esos productos las pequeñas tiendas mantienen su ventaja: frescura, cercanía y crédito informal. Las tienditas menos afectadas por las cadenas tienden a ser pequeñas y familiares, y dependen de la relación personal con los clientes, una oferta ajustada a sus gustos y préstamos informales.
Los efectos de la competencia dependen del contexto
Analizados en conjunto, los dos estudios describen una trayectoria de desarrollo conocida por los economistas. En mercados fragmentados, donde unos pocos vendedores dominan, la entrada de nuevos competidores genera ganancias de eficiencia claras: los precios bajan, la calidad mejora y el bienestar aumenta. Pero a medida que los mercados se integran, se hacen más profundos y los grandes jugadores escalan, la competencia redistribuye la actividad de formas más difíciles de evaluar. Las ganancias agregadas de eficiencia pueden coexistir con pérdidas locales de bienestar económico.
El desafío de política no es proteger a las empresas establecidas o incumbentes, sino diseñar una competencia que maximice el bienestar neto. Eso implica reducir las barreras de entrada y garantizar la competencia, al tiempo que se facilita el ajuste de empresas y trabajadores. En el caso de los trabajadores, por ejemplo, se trata de favorecer su reasignación hacia empresas más productivas y en expansión, mediante programas de capacitación, servicios de intermediación laboral y redes de protección social que amortigüen la transición hacia nuevos empleos.
Las lecciones van más allá del comercio minorista. Dinámicas similares se observan en el transporte y otros servicios donde las economías de escala se cruzan con proveedores locales fragmentados. La política de competencia tradicional —centrada en fusiones y cárteles— debe complementarse con medidas que promuevan la entrada de empresas, la difusión tecnológica y la mejora de la productividad. La cuestión no es si la competencia es deseable, sino cómo hacer que los mercados sean realmente competitivos, permitiendo que las pequeñas y medianas empresas más productivas sobrevivan, crezcan y desafíen el poder de mercado de los incumbentes. El próximo informe Desarrollo en las Américas 2025 del BID, Mercados y desarrollo: Cómo la competencia puede mejorar vidas, explora esta agenda más ampliamente. Su premisa es simple: los mercados competitivos son una condición previa para el crecimiento de la productividad y la inclusión. La evidencia de República Dominicana y México ilustra ambas caras de esa ecuación: la competencia como mecanismo de eficiencia y como motor de desarrollo.


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