El litio, también conocido como “oro blanco”, es un metal de color blanco plata. Es el metal más ligero de todos. ¿Se acuerdan de la tabla periódica de los elementos? Aquellos con buena memoria posiblemente lo recuerden de su clase de química durante la escuela secundaria. Su símbolo químico es Li y es el tercer elemento de la tabla periódica, luego del hidrogeno y el helio.
Durante décadas el litio ha tenido diferentes usos y aplicaciones. Es componente de vidrios, lentes, cerámicas, lubricantes y energía nuclear. Asimismo, es comúnmente utilizado y recetado por especialistas como medicamento para el tratamiento del trastorno bipolar y la depresión.
Pero el litio tiene también otros usos. El litio es un elemento fundamental de las baterías que alimentan ordenadores y computadoras portátiles, teléfonos celulares inteligentes, dispositivos electrónicos y más recientemente, de los autos del futuro – los autos eléctricos – y los sistemas de almacenamiento de energía en general. El litio se ha convertido, casi de golpe, en un elemento esencial e indispensable para las sociedades modernas, lo que ha despertado un furor por asegurar el acceso a este metal.
El furor por el litio se ha traducido rápidamente en precios que llegan hasta las nubes. Sólo entre 2013 y 2016 se estima que el valor de la tonelada de este mineral en el mercado internacional se haya incrementado en más de 200%, pasando de 6,680 dólares americanos por tonelada en 2013 a 21,509 dólares americanos por tonelada en 2016. Sin embargo, es importante aclarar al lector que a diferencia de otros metales y commodities, como el petróleo, la plata y el oro, no existe un mercado global para el litio: su precio queda determinado en un contrato que se negocia de manera directa entre demandantes y productores.
Los salares del noroeste de Argentina, el salar de Uyuni en Bolivia y el salar de Atacama en Chile reúnen y concentran cerca de 26 millones de toneladas de las reservas probadas de este metal estratégico, una cifra equivalente a casi 60% de las reservas disponibles alrededor del mundo. Entre los tres países, conforman el llamado “triángulo del litio” – o la Arabia Saudita del futuro. De materializarse y concretarse las expectativas alrededor de sus usos y nuevas aplicaciones, el triángulo del litio podría convertirse en el nuevo epicentro energético del planeta.
El litio genera enormes expectativas con respecto a su futuro, pero más allá del frenesí generado alrededor de su potencial, es necesario preguntarnos: ¿Hacia dónde debería enfocar la región sus esfuerzos? ¿Tenemos todos los ingredientes necesarios para convertirnos en los proveedores mundiales por excelencia de este recurso? ¿Deberíamos desarrollar y/o fomentar encadenamientos productivos aguas arriba vinculados a la producción de litio? ¿Y aguas abajo? ¿Podríamos generar valor adicional a partir de su explotación? ¿Cuáles son los principales desafíos que presenta la frontera científico-técnica de la industria para lograr un desarrollo efectivo de la misma? Es muy probable que no exista una respuesta certera y única a cada una de las interrogantes planteadas.
Bueno y bonito… pero no barato. ¡No todo es color de rosas!
La escalabilidad de los proyectos y el aumento de la explotación de las reservas de litio en nuestra región no deberían responder únicamente a retornos económicos y financieros. Una mayor intensidad de la explotación de este metal plantea importantes retos e impactos ambientales y/o sociales que debemos enfrentar. Por lo tanto, previo a abalanzarnos a su explotación, resulta imperativo realizar y analizar una honesta y correcta contabilidad e internalización de los costos ambientales y de capital humano derivados del aumento de nuevos y grandes proyectos de litio.
Se plantea un enorme desafío para lograr que la fiebre por el “oro blanco” se traduzca en un instrumento efectivo para el desarrollo económico inclusivo y de largo plazo a nivel regional. Con demasiada frecuencia, la explotación de recursos naturales ha inhibido las posibilidades de desarrollo de nuestra sociedad. Corrupción, ineficiencia, volatilidad económica, conducta de búsqueda de rentas, instituciones débiles y enfermedad holandesa son sólo algunas de las características asociadas a la extracción de recursos naturales, y dónde la región, lamentablemente, posee un largo y amargo historial.
Sin embargo, diversos estudios de caso de países presentan a los recursos naturales como piedra angular de su proceso de desarrollo. Países como Australia, Noruega, Chile, Canadá y Estados Unidos han demostrado la importancia del sector extractivo en la transformación productiva y progreso de sus países. ¿Podremos aprovechar esta nueva oportunidad que nos brinda el litio? ¿O volveremos a caer en los mismos errores del pasado que con frecuencia han afectado a países ricos en recursos naturales?
Llegó la hora de pensar (¿o repensar?) juntos como región – gobiernos, empresas privadas y sociedad civil – en una estrategia diferente que permita garantizar el desarrollo sostenible y la inclusión social de futuras generaciones en nuestra región. Llegó la hora del litio, LLEGÓ LA FIEBRE DEL ORO BLANCO.
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