Uno de los desafíos de las ciudades latinoamericanas en el último tiempo parece recaer en la recomposición de su tejido social. La estructura de las mismas se ha ido transformando paulatinamente en un archipiélago de islas inconexas y autorreferenciales. Desde esta perspectiva, el espacio público ha jugado siempre un rol fundante y transformador, hasta el punto que podríamos afirmar que el potencial de cohesión social y urbana de las ciudades puede medirse por la calidad de estos espacios.
Montevideo, la capital más joven y más austral del continente americano, es una ciudad con una historia potente de espacios públicos, contando actualmente con una dotación de aproximadamente 10m² por habitante. La ciudad puede definirse entre un rico territorio rural y su Rambla de 20km frente al río, donde se abren cuatro grandes pulmones verdes—sus Parques Rodó, Batlle, del Prado y Rivera— En una mirada más cercana se descubre una secuencia de plazas centrales, su intrincada trama de calles fuertemente arboladas y sus geométricos bulevares y avenidas.
A fines de la década de 1990, Montevideo se embarcó en un tiempo planificador, con el objetivo de devolver el equilibrio a una ciudad que sin alterar su demografía se había extendido irracionalmente debido a un proceso desmesurado de expulsión social. Dentro del menú de propuestas, el mejoramiento, la recuperación y la generación de espacio público implicaron desafíos que buscaban convertir a la ciudad en un mejor lugar para vivir. Así se implementaron posteriormente fuertes estrategias sobre el espacio público.
Pero posiblemente no fue hasta una década después que Montevideo, impulsada por las favorables condiciones internas vinculadas al crecimiento económico del país, encontrara una nueva forma de intervenir sobre lo público. Fue entonces que la plaza apareció desde una nueva condición cultural de belleza, y se convirtió en una intervención que alienta con fuerza el encuentro y la convivencia entre personas que pertenecen a diferentes grupos sociales, culturales y etarios.
Un ejemplo representativo de este tipo de operaciones desarrolladas por la Intendencia de Montevideo, que han venido transformándose en un patrón de intervención urbana con carácter inclusivo, fue la construcción de la Plaza/Parque Liber Seregni. Con una superficie de 16.000m², la plaza se encuentra en el corazón de una trama urbana densa, en un predio ocupado por una antigua Estación de Tranvías del barrio Cordón. En el 2008, este espacio lleno de grandes construcciones se vació para habilitar el surgimiento de una nueva plaza urbana con equipamientos y resoluciones que permiten la gran acumulación de personas y por consiguiente el revés rotundo de un sector deprimido de la ciudad.
Plaza Seregni, Montevideo. Foto: Carlos Contrera, CdF
A partir de esta plaza, se han generado otras intervenciones en sectores periféricos y marginales de Montevideo. Tal es el caso de la Plaza Casavalle, inaugurada a fines del año 2013, que con una superficie de 9.000m², se ubica en uno de los barrios con los mayores índices de pobreza del país. También la recientemente inaugurada Plaza Tres Ombúes en la periferia de la ciudad, que junto a otras seis Plazas en construcción en simultáneo y otras tantas en etapa de proyecto, dibujan el mapa de un Montevideo salpicado de puntos públicos, capaces de modificar positivamente sus entornos y de tender a suturar lenta pero eficazmente su trama social.
Estas intervenciones han provocado fenómenos inesperados por la densidad de personas que concentra, por la disminución de los niveles de conflictividad y violencia que se han constatado en sus entornos y por la posibilidad que abren como dispositivo de cohesión urbana y social.
Plaza Casavalle, Montevideo. Foto: Carlos Contrera, CdF
En líneas generales, existen 5 claves del éxito de estos espacios públicos como ámbitos de inclusión social en Montevideo:
1) Creación de límites: Mientras que en el centro de la ciudad la demarcación de las plazas surge de manera natural, generar estos espacios en las áreas más vulnerables exige una clara demarcación de sus límites. Por ello, la construcción de las infraestructuras que definen el recinto de la plaza es un elemento de carácter prioritario que supone el 50% de la inversión total.
2) Definición de las condiciones de suelo de la plaza: algunas de las plazas se encuentran en predios bajos e inundables, otras en espacios altos y abiertos a las visuales. Es fundamental definir las condiciones del suelo de la plaza, y el proyecto debe delinear con precisión las estrategias de la pavimentación. Lo suelos secos, húmedos, verdes y mixtos operan como un menú abierto e intercambiable en estas operaciones.
3) Definición del uso del espacio: El diseño de estas plazas es producto de instancias participativas entre los habitantes de la zona. Se definen sectores para canchas polifuncionales de uso deportivo; rincones con juegos para niños, juegos integradores, juegos saludables, juegos de mesa, pistas de skate y muros de graffitis; sectores con fuentes de agua, espacios para el descanso y la contemplación y superficies de libre apropiación. La clave para que estos espacios se conviertan en un punto de encuentro entre niños, jóvenes y ancianos es que cada quien tenga la posibilidad de ejercer su función como individuo público, alentando así los fenómenos de convivencia e inclusión social.
4) Incorporación de un sistema de iluminación: Crear un espacio de calidad en un área regularmente oscura de la ciudad, demanda la incorporación de un potente sistema de iluminación. La luz construye espacio y promueve encuentros, aporta seguridad y es condición necesaria para las relaciones humanas. Esta táctica imprescindible se complementa con la necesaria incorporación de variadas especies vegetales, la mayoría de carácter autóctono, que cambian su follaje y su coloración a lo largo del año.
5) Participación ciudadana: Los procesos de gestión de plazas en contextos de alta vulnerabilidad resultan, junto a la planificación y al diseño, componentes ineludibles para garantizar su perdurabilidad. Esto supone la participación de los vecinos en diferentes momentos de los procesos de diseño así como las posibilidades que plantee el proyecto para la apropiación futura por parte de los usuarios. Implica la alternancia de diferentes esquemas organizativos de actividades y la programación de la limpieza, el mantenimiento y la vigilancia. En estos aspectos los Municipios locales resultan una pieza fundamental. La plaza es capaz de regularse, cambiar y concentrar diversos actores, convirtiéndose así en un recinto no solo físico sino en un recinto social y cultural, paradójicamente sin límites.
Marcelo Roux es arquitecto de la Facultad de Arquitectura de la UdelaR, Uruguay, donde cursa la Maestría en Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano. Es docente universitario en las cátedras de Taller de proyectos e Historia de la Arquitectura Contemporánea de la mencionada Facultad. Su actividad profesional incluye proyectos de espacios públicos para la División Espacios Públicos y Edificaciones de la Intendencia de Montevideo. Ha participado de llamados a concursos para el diseño de espacios públicos, obteniendo premios y distinciones.
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