Lala Lovera es la fundadora de la Fundación Comparte Por Una Vida Colombia. Lleva más de 15 años trabajando en el campo del trabajo social, centrándose principalmente en la niñez, la juventud y la maternidad. Actualmente trabaja para brindar nutrición a niños en edad escolar y madres embarazadas afectadas por el éxodo venezolano en Colombia. Hablamos con ella:
Me gustaría empezar por una cuestión muy básica: ¿cree que es fácil hacerse una idea o entender lo que es ser un niño o niña migrante?
Yo creo que la única manera de poder entender a un niño migrante es tener unos niveles de empatía y de compasión muy grandes, porque hacerse la idea de ser un niño migrante es tener que entender primero que nada que es uno de los actos más injustos que pueden darse. Cuando hablamos de unas migraciones no ordenadas, no planificadas, cuando están escapando, como por ejemplo en la migración que está viviendo Centroamérica, la migración que está viviendo la población proveniente de Venezuela, tenemos que entender que aún cuando la migración es un movimiento y un derecho que tienen los seres vivientes, yo creo que la única forma de saber y de entender lo que es un niño migrante es teniendo unos niveles de empatía muy grandes y de compasión, porque es tratar no solo de entender sino de ver qué acciones nos corresponden a nosotros para poder parar todas las violencias que viven los niños. Es dolorosísimo porque sabemos que no todo lo podemos controlar. No tenemos el control de todo y a veces tratamos de poner como algo natural lo que no es natural. Normalizamos unas situaciones y unas conductas como naturales y legales y no es correcto. Entonces, respecto a los niños, tener una idea es: estar en tu nivel de desprotección más grande con el miedo que te invade el cuerpo, ese que te hace temblar y te paraliza, y no tener adónde ir. Eso y ni saber a quién agarrarle la mano.
¿Cómo nace la idea de Comparte Por Una Vida y cuál es su propósito?
Comparte Por Una Vida nace en Venezuela en 2016 de la mano de la sociedad civil, liderados por Ana Isabel Otero, donde cuando queda en evidencia el desabastecimiento de alimentos, sobre todo en Caracas, en la capital, y no había alimentos para los hospitales públicos, para la maternidad, este grupo de mujeres se da cuenta y hacen una campaña para poder buscar fórmulas. Pero al mismo tiempo se dan cuenta de que, independientemente de tener el dinero, no había acceso a las fórmulas, y montan una campaña a nivel internacional con gran parte de la diáspora venezolana y empezamos a aportar. Nosotros aquí desde Colombia aportábamos pues de una manera muy orgánica enviado fórmulas. Sin embargo, estando en el 2017, nos empezamos a dar cuenta de que la frontera y el paso pendular característico de esta frontera estaba empezando a cambiar demográficamente. Empezaron a cruzar personas con enfermedades crónicas, mujeres embarazadas, personas más jóvenes, niños que caminaban cientos de kilómetros para poder llegar al colegio y estudiar en Colombia. Ese movimiento pendular empezó a cambiar. Ahí también entonces empezaron a cambiar y a recibir en Colombia en el sistema de protección colombiano, niños venezolanos de padres venezolanos en estado de vulnerabilidad. Ahí se nos prendieron unas alarmas y decidimos ver qué era lo que estaba pasando. Yo propuse a Venezuela que creáramos una ONG llamada Comparte Por Una Vida Colombia con todos los estatutos que requiere Colombia para una ONG y nos pusimos manos a la obra. Empezamos entonces a trabajar en el colegio en norte de Santander, donde tiene el mayor flujo migratorio de Colombia. Son 1.800 estudiantes donde el 92% proviene de Venezuela, y son pendulares, es decir, viven en Venezuela pero cruzan para estudiar. Este es un fenómeno muy característico, casi que único, de Colombia y Venezuela, de esta frontera, porque tienen intención de permanencia al cruzar, pero si no consiguen las rutas para poderse quedar, entonces se van para Venezuela, pero sus hijos estudian. Nosotros al conocer esto, decidimos diseñar un modelo que generara los espacios protectores dentro de las escuelas para que esto lograra también la estabilización de esta familia: teniendo al niño en la escuela, podemos hacer unas cosas maravillosas. Entonces sí, nosotros hoy en día estamos contribuyendo a la estabilización de la población en ese contexto de flujos migratorios mixtos. Nuestros modelos son integrales con un enfoque de derechos, de bienestar y de integración social en Colombia, que yo ya lo llamara más inclusión que integración. Estamos trabajando con altos flujos migratorios mixtos y, sobre todo, los pendulares. Queremos ser implementadores en Colombia de estos programas. Tenemos en Villa del Rosario, en Cúcuta, en Cartagena y trabajamos con aliados creando espacios protectores: garantizar también que él o la familia cuenta con todo lo que necesita para permanecer en esa escuela, porque no es solo ir a la escuela: sabemos que llegar a la escuela es un gran paso, pero quedarse en ella es aún mucho más. Los niños y los jóvenes provenientes de Venezuela se han enfrentado a dos, tres o cuatro años sin asistir al colegio, son unos niños desescolarizados que hay que volver a escolarizar en un sistema totalmente diferente al de ellos. También son niños que desertan muy rápido de la escuela porque son jóvenes cabeza de familia, entonces si estudian no pueden llevar pues dinero a sus casas para poder vivir. Comparte por Una Vida Colombia nace buscando las herramientas para estabilizar la población en el contexto de los flujos migratorios mixtos, pero también hemos empezado a trabajar en programas que le den las herramientas al receptor. Trabajamos con población de acogida que es importantísimo. Nosotros no vemos banderas y en estos flujos migratorios mixtos pues estamos hablando también de la población de acogida.
La escuela y la nutrición están en el centro de sus programas. ¿Por qué son tan importantes?
La escuela y la nutrición están en el centro de nuestros programas y son muy importantes para nosotros porque la escuela es el espacio protector por excelencia de los jóvenes y niños de poblaciones vulnerables, es el espacio donde comparten con sus pares, donde tienes unos docentes que están monitoreando lo que pasa en casa, están monitoreando el desarrollo de estos niños. Entonces cuando empezó el impacto en la zona fronteriza de Colombia, se empezó a sentir esa necesidad de estas familias por ser aceptados en las escuelas, pero obviamente el sistema educativo no estaba preparado para recibir estos altos índices o aumentar matrículas para poder recibir a los niños. La cooperación internacional ha apoyado a estas instituciones y al gobierno para poder aumentar las matrículas. Cuando comenzó el aumento de matrículas, también el plan de alimentación escolar se empezó a ver limitado para poder atender a las matrículas de los colombianos que estaban registrados y de los migrantes o de las personas provenientes de Venezuela. Esto se empezó a evidenciar y había una necesidad de las familias que iban llegando, por llegar a la escuela y yo siento que estos niños y estos jóvenes permanecen en la escuela con el sueño y la esperanza de romper ciertos ciclos de pobreza, esos ciclos que ven en casa. Para nosotros la escuela es importante porque también podemos monitorear a la persona. Nosotros no estamos concentrados en ayuda humanitaria, tenemos acciones a mediano y a largo plazo. Tenemos nuestro programa principal y nuestro modelo que se llama “Quédate en la escuela”, el cual busca ese espacio protector para las familias por medio de la nutrición. Hacemos mediciones antropométricas -peso y talla- y tenemos la data totalmente cierta de que estos niños se encuentren en una inseguridad alimentaria pero que no nos la podemos imaginar. Atacamos inmediatamente la inseguridad alimentaria y la desnutrición por medio de nuestra data. Además, no podemos ignorar la cantidad de estudios que se han hecho en Venezuela por personas serias como la doctora Susana Rafalli sobre los altos índices de desnutrición de estos niños. Ya el niño venezolano presenta una talla menor y sabemos que la desnutrición en el desarrollo también va a afectar toda el área cognitiva, entonces la escuela es la mejor manera de poder introducir un programa de nutrición. Y un programa de nutrición necesita monitoreo constante y data constante, no podemos hacerlo con población que no está de una u otra manera estable. Es un juego muy importante y una relación maravillosa de confianza con la comunidad educativa, con las familias, que logran estabilizarse, dejan el movimiento dentro de la región en la que están, se quedan porque su niño asiste al colegio y está siendo tratada toda la situación de inseguridad alimentaria.
¿Cuál es la realidad que ve en su día a día y en sus visitas al terreno?
La realidad que veo es que tenemos que poder empezar aquí en Colombia a activar las rutas que el gobierno nacional ha venido activando. Hay como una desvinculación para que se puedan articular. Tenemos que dejar de ver esto como una emergencia; tenemos que pedirle a la cooperación internacional que ya pasemos de la ayuda humanitaria a una rutas que empiecen a generar capacidades. Tenemos que, de una u otra manera, tener las rutas para las oportunidades de estas personas dentro de Colombia, atendiendo a todos los mandatos y los decretos que el gobierno nacional ha hecho. Las visitas a terreno son maravillosas porque nuestras acciones tienen que ser sin daño, ese es nuestro primer eje de trabajo, nosotros no podemos generar ninguna acción que vaya a hacer daño. Y la única manera de hacerlo es estar allí, caracterizar, conocer la realidad de la población, recibirla y poder de esa manera generar nuestras acciones. Sin embargo, me preocupa mucho que todavía la cooperación sigue abordando esto de manera humanitaria y ya llegó la hora de continuar con las rutas que hay, muy pequeñas, pero tenemos que generar las alternativas para que esas oportunidades que el gobierno nacional está adelantando, se puedan dar.
En las visitas a terreno veo, sobre todo en la zona fronteriza con norte de Santander, que ya empezamos a normalizar lo que no es normal, ya lo ilegal se volvió legal y lo legal se volvió ilegal. Eso es raro. Hemos visto en el ambiente que ya cruzar por unas trochas con grupos irregulares e ilegales es natural, eso es lo normal. Que ya cruzar por un río desbordado, peligroso, es lo normal. Que ya ser parte de un grupo armado, que te violen, que te desaparezcan, es normal, y eso no lo podemos normalizar. Todos tenemos que tener una responsabilidad: los que estamos en campo, de alzar la voz de las múltiples violaciones de derechos humanos que estas personas están viviendo en la frontera. No nos podemos quedar callados: quedarnos callados es ser cómplices. Cada vez que voy a terreno lamento muchísimo pero veo una desarticulación para poder restituir los derechos fundamentales de la población proveniente de Venezuela. Y, sobre todo, de la migración pendular. No sé por qué, pero es algo como que no quieren hablar, muy poca gente está elevando programas y proyectos de inclusión y generando oportunidades para la población pendular, que es la población y la migración característica de esta zona de hace años.
En su opinión, ¿qué impacto está teniendo la pandemia por Covid-19 en el fenómeno migratorio?
El Covid-19 representó un flagelo y un drama más para la población venezolana migrante en Colombia. Nunca pensaron que iban a enfrentarse a semejante pandemia que, además, iba a dejar a cientos de familias que habían comenzado algunos a estabilizarse, forzados a empezar de cero, a nuevamente empezar de cero. El Covid-19 para esta población vulnerable migrante en Colombia es un flagelo más pero es una batalla más que dar: no tienen como testearse, no tienen acceso, es una especie de adivinanza y de descarte empírico para saber si tienen Covid-19 o no. Hablar de tener un tapabocas es prácticamente imposible o los insumos de bioseguridad correctos y adecuados, dignos, es imposible. La población vulnerable migrante tiene que pagar primero un arriendo diario, tiene que pagar una comida y solo trabajan de la economía informal. La economía informal estuvo totalmente suspendida, obviamente, por la cuarentena. Estas personas, núcleos familiares de aproximadamente cinco a ocho personas, comían con aproximadamente todo el día con 17.000 pesos, 4 dólares, 4 euros y no hay, obviamente, los recursos para poder tener unos equipos de bioseguridad dignos, para poder enfrentar semejante pandemia. Yo creo que ha sido un flagelo. Nuestras familias se vieron afectadas en cómo detectar y tener la certeza que lo que tenían era Covid y poder tomar los medicamentos necesarios, porque al ser irregulares y pendulares, no tienen cómo acceder a ellos. Entonces es, nuevamente, una vulneración absoluta de sus derechos, sin tener una opción de dónde y cómo atenderse. Quedaron totalmente desprotegidos en este tema.
“Poder tener a mis hijos asistiendo a la escuela y con su alimentación asegurada es uno de los sueños que se me han cumplido gracias a la fundación Comparte Por Una Vida, Colombia”, afirma María, una migrante venezolana en Colombia, como testimonio de lo que la organización ha hecho por ella.
¿Cómo lleva tener el impacto que tiene en la vida de tantas personas?
La historia de María es muy interesante. María es una mamá del colegio que migró, pasó dos años tratando de conseguir el cupo en el colegio. Logra el cupo del colegio por la esperanza del cambio de vida y por una vida mejor para sus hijos, que fue lo que la hizo migrar de Venezuela. A María la conocimos en el colegio en esa primera visita que hicimos a terreno para conocer a esos niños que caminaban 20, 25 o 30 kilómetros diarios desde Venezuela para estudiar. Y María nos ha enseñado cual es la realidad de esta migración, qué es lo que los mueve, cuáles son sus valores, cuales son sus esperanzas, cuáles son sus sueños. A María, quien hoy en día es nuestra asistente de logística en campo, logramos vincularla al sistema de salud, la logramos vincular al sistema financiero – tiene una cuenta bancaria-, y un contrato laboral firmado con Comparte Por Una Vida Colombia. El aprendizaje de María para Comparte por Una Vida Colombia ha sido fundamental para generar esas acciones sin daño basadas en las necesidades reales que tiene la población migrante. Son acciones que no generan daño y generan confianza. Y nuestra población y todas estas personas creen en lo que hacemos.
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