Durante más de un siglo, América Latina ha sido parte esencial del mercado mundial petrolero. La región suplió a los aliados durante la Segunda Guerra Mundial y sirvió como fuente confiable de combustible para las economías entonces en crecimiento del mundo ahora industrializado. Luego fungió como laboratorio para estructuras de gobernanza del petróleo, como campo de pruebas para la tecnología y como escenario para discusiones sobre la propiedad de los recursos. Hoy en día, continúa debatiendo, cambiando y desarrollándose. En términos generales, estos debates han resultado en un cambio de reglas, de aquellas impuestas por el Estado a nuevas requeridas por el mercado.
En las últimas dos décadas, los países de la región han comenzado a permitir a sus empresas petroleras más independencia operativa y han establecido normas más claras para la inversión no pública en el sector petrolero. Este cambio comenzó en Perú hacia principios de los años noventa y continuó en Brasil a finales de esa década. Colombia hizo reformas similares a principios de los años 2000 y México se unió a la tendencia en 2013. Este nuevo panorama permite mayor competitividad, transparencia y eficiencia y tiene el potencial de generar mejores y más importantes beneficios para los latinoamericanos.
Este cambio fundamental en el mercado petrolero latinoamericano, por supuesto, se enfrenta ahora a un inmenso desafío: un cambio fundamental en el propio mercado petrolero mundial. Estimaciones muestran que el valor de la producción de petróleo latinoamericano en 2016 fue de US$ 155 mil millones, superior al producto interno bruto de Ecuador (US$ 100 mil millones) y ligeramente inferior al de Perú (US$ 189 mil millones). Sin embargo, hace sólo 3 años, esta cifra era US$ 369 mil millones.
Esta disminución se explica por dos factores. El primero es el colapso de los precios del petróleo de US$ 100 por barril a mediados de 2014 a un punto bajo de US$ 30 por barril en febrero de 2016. Los precios actuales son 50% menores a su promedio entre 2011 y 2014, generando así muchos menores ingresos para los grandes exportadores. En Venezuela, por ejemplo, los ingresos por exportación petrolera han caído 70% desde su máximo en 2008. En México, entre 2006 y 2016, cayeron de US$ 47 mil a US $8 mil millones. Estas cifras de Ecuador cayeron 65% desde su máximo en 2008, mientras que la caída de Colombia llegó a 31% desde 2013. El segundo factor es la caída constante de la producción regional en la última década: desde 2005, la producción regional ha caído de 10.9 a 9.9 millones de barriles por día.
Esta caída se produce al mismo tiempo que el mercado mundial experimenta una profunda transformación, mientras pasa de un modelo dominado por monopolios a uno donde la competencia establece las reglas del mercado. La entrada en el mercado de crudos no convencionales de los Estados Unidos – que se producen en un entorno competitivo – ha transformado la forma en que se establecen los precios. De hecho, se está estableciendo un mecanismo de fijación de precios basado en la competencia – una novedad para la economía petrolera – ya que el mercado está utilizando el costo marginal de los productores marginales como precio de equilibrio, eliminando así las ganancias monopólicas para los productores de bajo costo que eran parte clave del sistema anterior.
Los productores latinoamericanos de petróleo deben adaptarse a este nuevo entorno empezando por comprender que no es un tema pasajero sino una característica permanente del mercado. No es común que un mercado globalizado pase de una estructura monopolística a una competitiva porque la capacidad de fijación de precios se diluye en muchos actores y ningún participante tiene el poder de fijar precios. Una vez se entienda este nuevo mercado, se pueden diseñar reglas y marcos que profundicen las reformas que liberaron al sector en las últimas décadas y que lo mantengan al día con los últimos desarrollos de la industria. Así podrá de mejor forma traducir en riqueza sus abundantes recursos.
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