Hace apenas una semana celebramos el Día del Tierra con llamados a respetar más nuestro planeta y sus recursos naturales. Muchos asistieron a conciertos, festivales y foros para conmemorar esa fecha y seguro nos volvimos a sorprender con los datos y las cifras del enorme daño que la actividad humana le puede ocasionar a la naturaleza si no se canaliza de manera adecuada.
Uno de esos números que nos siguen dando vuelta en la cabeza es el volumen de desechos sólidos que producimos desde las ciudades. Las mega ciudades de nuestra América producen basura en volumenes tan grandes como su población misma. Sao Paulo, por ejemplo, genera casi 21 mil toneladas de desechos en un solo día. Buenos Aires cerca de 14 mil, según el Informe global de manejo de los desechos del Banco Mundial.
Lo que hacemos con la basura en gran parte de las urbes de América Latina es prácticamente dos cosas: se quema o se entierra, a pesar de los esfuerzos de reciclaje. Ninguna de esas acciones es buena para el medioambiente o la salud pública. La incineración de residuos genera gases y partículas nocivas que afectan a los ecosistemas locales, contribuyendo al calentamiento global. Si bien las nuevas plantas de incineración han alcanzado una eficiencia tal que posibilita la conversión de basura en energía con baja contaminación, dicha tecnología todavía no está al alcance de todas las ciudades.

Así, la mayoría de los residuos terminan en vertederos o rellenos sanitarios, contaminando las fuentes de agua o suelos a través del filtrado de sustancias tóxicas, o el aire vía emisiones de gas metano, entre otros. Además, debido a la acelerada expansión urbana, nuevos vertederos deben ubicarse en lugares más remotos, causando otros problemas. La frase “todos generamos basura” no es broma. La cantidad y características de los residuos urbanos se relacionan con el nivel socioeconómico y educativo de su población. Generalmente, en tres meses cada persona produce cerca del equivalente a su propio peso y en un mes su volumen. Entonces, ¿Qué podemos hacer para aliviar esta situación? Compartimos tres buenas prácticas bajo el concepto “3R” (reducir, reusar y reciclar), las que ya se están implementando en algunas urbes de nuestra región.
1.Transformar desechos alimenticios y vegetales en compuesto orgánico
Aquí se trata de transformar algunos residuos sólidos cotidianos en compuesto orgánico, tales como restos de alimentos de hogares y restaurantes, o vegetales provenientes de áreas verdes. La clasificación de dichos desechos in situ es un primer desafío clave, así como su recolección selectiva, disposición, transformación y comercialización posterior. Se estima que internacionalmente casi el 25% de los residuos domiciliarios y comerciales, los cuales son gestionados a nivel municipal, son desperdicios provenientes de alimentos y plantas; o sea, biodegradables. Si a ello le sumamos otros materiales orgánicos, tales como telas de fibras naturales en desuso, junto a restos madera y muebles envejecidos, adicionaríamos otro 25%. Si bien esta composición varía de un país a otro y de una urbe a otra, lo destacable es que alrededor del 50% de la basura que tiramos es orgánica, pudiéndose convertir en distintos compuestos orgánicos (abono o biogás), algo muy bueno no sólo para el medioambiente, sino también para las arcas municipales y bolsillos de los contribuyentes.
2. Fomentar al máximo la reutilización de la basura inorgánica
El otro 50% de lo que descartamos es basura inorgánica, fruto de su transformación industrial (papel, cartón, vidrio, plásticos y metales). Estos materiales no se descomponen fácilmente, causando serios problemas al no poder ser absorbidos por el medio ambiente. Pero al integrarlos otra vez al ciclo productivo ahorramos energía, materias primas y agua, disminuyendo su impacto. Según la Unión Europea, se necesitan 2.400 kg (17 árboles), 200.000 litros de agua y 7.000 kW para fabricar una tonelada de papel, aproximadamente 7.000 periódicos. En comparación, para fabricar una tonelada de papel reciclado, se evita la tala de 17 árboles, se reduce el consumo de agua un 47%, el consumo de energía en 63% y la generación de residuos un 93%. Si bien existen muchos productos que no se pueden reutilizar, podemos reciclar algunos de sus componentes. El reciclaje previene que materiales potencialmente útiles sean quemados o enterrados y así transformarlos para un nuevo uso. Por estos motivos, tenemos que evitar adquirir productos de difícil reciclaje, sobre todo en aquellas ciudades que aún no poseen la infraestructura, recursos y tecnología para reutilizarlos.
3. Impulsar acuerdos para reciclar basura electrónica
Un desafío adicional de los residuos inorgánicos es su acumulación excesiva en forma de basura electrónica. Según el último informe de la Universidad de las Naciones Unidas, se generaron 41,8 millones de toneladas de este tipo de residuos a nivel global en el 2014. En kilogramos per cápita, la media mundial de basura electrónica ha aumentado de 5,0 kg a 5,9 kg. EE.UU., China, Japón, Alemania e India producen casi el 50% de la basura electrónica de todo el globo. En América Latina, Chile (9,9 kg), Uruguay (9,5 kg), Venezuela (7,6 kg), Argentina (7,0 kg) y Brasil (7,0 kg) están por encima de la media internacional. Una de las principales causas es que tanto los pequeños electrodomésticos como otros aparatos electrónicos (impresoras, celulares, etc.), se diseñan para dificultar su reparación. Asimismo, los consumidores preferimos usualmente comprar aparatos más baratos, los que en su mayoría duran poco tiempo. Considerando que los gobiernos, tanto a nivel central como municipal, son grandes consumidores de algunos de estos productos, un cambio en sus políticas de adquisiciones tendría un impacto sustancial, tal como en los países escandinavos. A ello, debe sumarse acuerdos de reciclaje con sus fabricantes, así como una mayor información y concientización de los ciudadanos sobre el ciclo de vida de estos productos.
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