A pesar de experimentar un proceso tardío de urbanización comparado con sus pares de América Latina, Bolivia es hoy un país predominantemente urbano. La mayoría de su población se concentra en un eje territorial ubicado en el centro del país, el cual atraviesa distintos ámbitos geográficos: el altiplano, los valles interandinos y los llanos. Las cabeceras de estas regiones están conformadas por tres importantes áreas metropolitanas: La Paz-El Alto, Cochabamba y Santa Cruz de la Sierra. Según el último Censo (2012), estas tres metrópolis concentran casi la mitad la población total de Bolivia (5 millones). Más aún, un 13% adicional reside en algunas de las 33 ciudades intermedias de más de 20 mil habitantes.
Este proceso de urbanización no ha estado ajeno a lo acontecido en nuestra región, aunque con sus peculiaridades. Entre 1950 y 2012, la población urbana en Bolivia creció a un ritmo anual de 3,7%, casi 5 veces más rápido que las áreas rurales. En los últimos 15 años, la migración del campo a las ciudades se ha concentrado primordialmente en las áreas periféricas de estas tres metrópolis, con tasas de crecimiento muy dispares y elevadas: 4,1% – 19,9%. Desde un punto de vista macro, mientras que casi el 50% de los bolivianos vivía en un medio urbano en los años 90, actualmente ese porcentaje se acerca al 63%. A futuro, las Naciones Unidas nos anticipa que esa cifra se acercará al 75% en 2025 y al 80% hacia 2050. Lo que estas tendencias nos señalan es que una parte sustancial de los desafíos de desarrollo del país tienen una considerable impronta urbana, lo que no implica desatender las necesidades de las áreas rurales.
Múltiples retos precisan respuestas integrales
El proceso de urbanización en Bolivia, tal como en otros lugares del mundo en desarrollo, está asociado a una expansión territorial descontrolada, con muy baja densificación y dificultades para la provisión de servicios públicos básicos, debido a una deficiente gestión institucional del suelo, especialmente de los gobiernos locales. Esto implica que los municipios tienen cada vez más presiones para atender a una población que demanda mejores servicios y obras públicas, a lo que se le suma costos incrementales derivados de la congestión vehicular, aumento de la delincuencia, mayores impactos ambientales por actividades contaminantes y la proliferación de asentamientos informales en zonas de riesgo físico. En el BID sabemos que si estos desafíos de carácter urbano no son abordados a tiempo y de forma integral, tendrán una incidencia negativa en la productividad poblacional y un aumento de la informalidad, limitando la sostenibilidad de crecimiento económico futuro y avance social, temas que el país viene trabajando con esfuerzo.

El avance de la agenda urbana apuntala a la Agenda Nacional de Desarrollo
Un proceso de urbanización con mayor planificación estratégica y mejor institucionalidad e instrumentos de gestión urbana tiene buenas chances de generar economías de aglomeración, tanto para empresas como trabajadores, donde es posible establecer vínculos comerciales en forma de cadenas productivas. También permite mejorar el acceso a mercados laborales más amplios, con concentración de habilidades y conocimiento, innovación y acervo de capital físico. Por ello, las ciudades son percibidas por los migrantes bolivianos como el ámbito donde es posible mejorar su calidad de vida, bajo el incentivo de aumentar ingresos y acceder a servicios básicos, dos pilares de la Agenda Patriótica del Bicentenario – 2025. Las estadísticas constatan que entre 2006 y 2011, un tercio de la población total del país (aprox. 2,6 millones de habitantes) ha migrado a las principales ciudades, cuya tercera parte (aprox. 900 mil habitantes) proviene de áreas rurales. No cabe duda que este proceso continuará su curso y por ello hay que anticiparnos.
¿Qué hemos aprendido de otros países?
Si dichas oportunidades no son aprovechadas, el país difícilmente podrá diversificar su economía, incrementar la productividad laboral y seguir avanzando en su promisoria lucha contra la pobreza. La buena noticia es que Bolivia está a tiempo. La experiencia internacional nos ha enseñado que es preciso mejorar los procesos de urbanización vía el fortalecimiento de la planificación estratégica de mediano y largo plazo; en nuestro caso, tanto para las tres áreas metropolitanas como para sus áreas periurbanas. Esto brindaría, tal como lo enfatizan nuestros colegas del Banco Mundial, en una excelente oportunidad de atender a un mayor número de familias, muchas de ellas migrantes campesinas, con servicios públicos básicos de forma más eficiente, a través de procesos ordenados de densificación y mejoramiento integral de distritos periurbanos. Al mismo tiempo, es importante fomentar asociaciones público-privadas para producir emprendimientos urbanos con viviendas de interés social, no sólo para crear barrios integrados a las áreas centrales de las ciudades, sino también para contar con modelos de intervención para ser replicados. En síntesis, una sólida planificación urbana, junto al fomento de un mejor hábitat para las familias de menores recursos, posibilita establecer sinergias positivas entre desarrollo territorial, nuevos iniciativas y empleos, así como con el bienestar general y la disminución de la pobreza. ¡Bolivia: Más vale tarde que nunca!
Muy interesante… ¿de verdad…! Pero creo que al enfoque le hace falta un detalle: Las amenazas naturales. Los sismos, deslizamientos e inundaciones en el área metropolitana de La Paz son factores ineludibles si se considera la realización de una política tan necesaria, urgente, de ordenamiento del espacio urbano.