El desarrollo de vehículos eléctricos no es precisamente una innovación de los últimos años. Los primeros modelos de vehículos eléctricos o vehículos cero emisiones fueron fabricados en el siglo XIX. Éstos incluyen el modelo fabricado por William Morrison en 1889, el System Lohner-Porsche a finales de ese siglo, o los taxis fabricados por Pope Manufacturing Company para la ciudad de Nueva York. Estos modelos tenían gran parte de su atractivo en “evitar” emisiones de olores, lo que los hacía particularmente populares para las mujeres (DEO, 2014). No obstante, la capacidad tecnológica del momento, frente al auge de los combustibles, representaba una limitación práctica para la electromovilidad. En el caso del Porsche, este era impulsado por un motor eléctrico y dos grandes baterías de ácido tan pesadas, que la forma más conveniente de operación era cuesta abajo en pendiente (Di Bitonto & Trost, 2016).


El sueño de una movilidad eléctrica ha perdurado desde entonces y es en los últimos 4 años, aproximadamente, donde se ha evidenciado una proliferación de automóviles eléctricos importante (IEA, 2017): más de 750 mil unidades de automóviles vendidos en 2016 y un crecimiento sostenido superior al 60% anual, totalizando aproximadamente 3 millones de vehículos particulares eléctricos que ruedan en el planeta actualmente (EV Volumes, 20118).
Algo similar ocurre con otros vehículos como buses, motocicletas, e incluso scooters y bicicletas eléctricas. Más de 380 mil buses eléctricos fueron vendidos durante el 2017, ventas que se espera lleguen hasta los 1,2 millones de unidades anuales en 2025, lo que representaría un 47 % de la flota total de buses a nivel global (Bloomberg New Energy Finance, 2018). En el caso de motocicletas, más de 1,2 millones de unidades eléctricas son vendidas anualmente y 4,1 millones en el caso de scooters eléctricos, números que se espera lleguen a 1,5 y 4,4 millones en 2024. Por último, y no menos importante, el dinamismo del mercado se ha trasladado también al mundo de las bicicletas, con más de 35 millones de unidades vendidas en 2016, casi el doble del total de bicicletas vendidas en Estados Unidos al año (Statista, 2016; National Bicycle Dealers Association, 2015).

¿Cómo se explica que hayamos tardado más de un siglo en percibir un auge en la electromovilidad?
Por una parte, las tendencias en la implementación de la electromovilidad han seguido la evolución en la densidad de energía de baterías (ver Figura 2). Hoy, los costos de producción por kWh se han reducido sustancialmente y también es el caso de la densidad de almacenamiento, medida como kWh por litro (EIA, 2017). Por otro lado, el auge del tema se debe también a que esta nueva tendencia – la electromovilidad – es vista como un elemento clave para un transporte sostenible, bajo en carbono. Pero, ¿cómo aplica este argumento para América Latina y el Caribe?
De acuerdo con datos del WRI (2015) el sector transporte en ALC emite gran parte de las emisiones totales (aproximadamente el 34%), en contraste con países de la OECD (aproximadamente 28%). Esta cifra, llevada a escala por nivel de producto de los países (PIB) deja en evidencia que la región es mucho más intensiva en la emisión de CO2 en el sector transporte, es decir, hay un espacio para utilizar mejor los recursos energéticos. Específicamente, y tomando esta medida por producto, los niveles de emisión del sector transporte en ALC superan en más de 30% al de Estados Unidos, por ejemplo, y en más de un 80 % al de países de la OECD (BID, 2017). Sin embargo, el problema de emisiones no solamente se dimensiona en una escala global y en el contexto de cambio climático. Según informes de la Organización Mundial de la Salud (2011), los vehículos de combustión interna en las grandes ciudades son responsables de enfermedades respiratorias, enfermedades cardiovasculares, cáncer y resultados reproductivos adversos. Lo anterior se debe, en parte, a la emisión de pequeñas partículas de menos de 10 micrones de diámetros (PM10) provenientes de los motores de combustión interna. En la región, ciudades como Medellín, Cochabamba y Ciudad de México ya experimentan efectos adversos en salud pública derivados de la emisión de gases y material particulado (OMS, 2016).
En este panorama, la electromovilidad representa una gran oportunidad para los países de América Latina. Adicional a que la capacidad de generación en la región, medida como potencia, es principalmente renovable, la entrega de energía para consumo, medida en unidad de energía (kWh), también es significativamente más “limpia” que en países como Estados Unidos (el factor de emisión para ALC, medido como ton CO2e por cada kWh generado, es aproximadamente 32 % inferior que el de Estados Unidos, 17 % que el de Alemania y 7 % inferior que el de Países Bajos) (Ecometrica, 2011)).
Ahora bien, varios países han dado pasos importantes en la implementación de la movilidad eléctrica. En Uruguay, el país adelanta el proyecto “Corredor Eléctrico en Uruguay” para la creación de 6 estaciones de carga en una de las rutas turísticas más importantes, en un tramo de 300 kilómetros entre Colonia y Punta del Este. Con esta nueva infraestructura, los usuarios de vehículos eléctricos pueden acceder a cargadores tipo 2 de entre 22 kWh y 43 kWh y hacer viajes entre distintas ciudades del país.
Chile se destaca como otro actor importante en la región. Mediante la publicación de la Estrategia Nacional de Electromovilidad, el país asumió la responsabilidad de desarrollar e implementar políticas que apunten a un uso eficiente de la energía en el sector transporte. Otra iniciativa innovadora y que evidencia la multimodalidad del concepto Electromovilidad, es el Proyecto de Movilidad Fluvial en la Amazonía Ecuatoriana con importantes beneficios sociales, económicos y ambientales a la comunidad. En la región de Centroamérica, Costa Rica se destaca por la aprobación de la Ley de Incentivos y Promoción para el Transporte Eléctrico, marco legal en el que se estructuran las medidas para incorporar la Electromovilidad en el país. Y finalmente en Colombia, donde los números de nuevos vehículos eléctricos registran ascensos de más de 60 % entre 2015 y 2016 con respecto al periodo 2013-2014.

El camino por recorrer:
Si bien son valiosas las iniciativas de algunos países, a nivel regional la discusión ha tenido poca relevancia en contraste con otras regiones como Europa y Asia. De hecho, y tomando como referencia Google Trends, la dinámica de búsquedas sobre Electromovilidad ha sido mucho más estática que la del mismo término en inglés. Adicionalmente, los mapas de búsqueda evidencian que en la región son aún pocos los países donde el término cobra relevancia:

Son distintos los desafíos para implementar la movilidad eléctrica y aún quedan interrogantes a nivel tecnológico y de mercado que se estiman sean resueltos en los próximos años (IEA, 2017). No obstante, la tendencia de costos y tecnología sugiere un llamado a la actuación proactiva de los países para recibir la electromovilidad de tal forma que pueda alinearse con objetivos de transporte sostenible. La región deberá avanzar en el desarrollo de estándares para asegurar interoperabilidad, incentivos a la demanda, regulación de circulación en entornos urbanos e interurbanos y garantía de infraestructura y servicios para el óptimo rendimiento de las tecnologías asociadas a la movilidad eléctrica.
**No se pierdan esta edición especial en la que hablaremos, en este primer podcast de la electromovilidad como una oportunidad de transporte sostenible>> Electromovilidad como oportunidad para el transporte sostenible en América Latina y el Caribe
* Nota: Este blog anticipa la publicación “ELECTROMOVILIDAD En América Latina y el Caribe. Volumen 1: Panorama Actual, Relevancia para la región y Lineamientos para la Implementación de la Movilidad Eléctrica”.
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