América Latina y el Caribe es una de las regiones más castigadas por los efectos del cambio climático. De 1995 a 2015, de los 10 países del mundo más castigados por fenómenos meteorológicos extremos, 4 pertenecen a la región (Honduras, Haití, Nicaragua y Guatemala). Si consideramos solo los años recientes, se suman a la lista Colombia, Bolivia y Paraguay. Ante la situación de aumento de vulnerabilidad en la región, en los últimos años, el BID ha apoyado a los países a través de la preparación y ejecución de proyectos de infraestructura que han ayudado a solventar los efectos del cambio climático.
Este apoyo se ha traducido en la incorporación de un conjunto de medidas de adaptación integradas en los proyectos en ejecución, y en el desarrollo de proyectos que son medidas de mitigación y adaptación en sí mismos. Este trabajo se engloba dentro de los objetivos de la Agenda de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas a través de la construcción de infraestructura resiliente: el noveno objetivo del desarrollo sostenible.
Como muestra del compromiso adquirido por el BID en la lucha contra el cambio climático, éste se ha comprometido a realizar un 30% de financiación climática, lo que supone que el 30% del monto total prestado por el BID en los próximos años debe tener algún componente de cambio climático. Además, el BID también ha suscrito un informe por el cual, los principales bancos multilaterales definen las directrices para contabilizar el cambio climático en sus operaciones. También ha trabajado en un acuerdo voluntario a través del cual integra y alinea las operaciones con cambio climático cuando sea posible.
¿Cómo se traducen estos compromisos con el cambio climático en el sector del transporte?
En este contexto, la experiencia nos muestra más ejemplos de medidas de adaptación y mitigación en las operaciones de transporte urbano, pero ¿cómo ha afectado este escenario a las operaciones de transporte interurbano, concretamente respecto a la adaptación?
Para responder, es necesario citar los principales fenómenos a los que se enfrentan los proyectos interurbanos: las inclemencias meteorológicas, las inundaciones, los deslizamientos y las temperaturas extremas.
El desafío planteado se ha trabajado con investigación y con la debida preparación y ejecución de los proyectos de transporte interurbano. Las medidas de adaptación se deben desarrollar en todas las fases del trabajo: planeamiento, diseño y mantenimiento. Sin pasar por alto el trabajo institucional y sectorial necesario para integrar la adaptación en el transporte.
Algunas de las mejores prácticas en adaptación aplicables en la región incluyen: (i) mejoras de la calidad de los pavimentos que permiten una resistencia mayor de los materiales frente a temperaturas extremas; (ii) mejoras de los drenajes y ampliación de las zonas de evacuación de aguas procedentes tanto de escorrentía superficial como subterránea; (iii) análisis de los diseños de red de carreteras para fortalecer los tramos con mayor susceptibilidad de inundación; y (iv) la gestión del riesgo de desastres desde la etapa de planificación, lo que reduce las pérdidas sobre la inversión considerablemente.
Para poder desarrollar estas y otras medidas de adaptación es necesario conocer los riesgos de cada área concreta, con apoyo de estudios de vulnerabilidad, como el informe de proyecciones de cambio climático elaborado por el BID en 2016, mediante el cual se identifican geográficamente las regiones de mayor vulnerabilidad. Estos estudios, junto con información cartográfica, de accesibilidad, etc. permiten adaptar proyectos de carreteras en zonas de mayor riesgo. Uno de los ejemplos más recientes es el caso del programa de integración vial de Nicaragua, que incluía un anexo técnico de transporte sostenible donde se realizaba una evaluación preliminar de vulnerabilidad de la infraestructura de transporte al cambio climático.
Otro ejemplo de esta adaptación es el programa de la red cantonal de Costa Rica aprobado en 2011, por el cual el BID financió la rehabilitación de carreteras secundarias. En él, se priorizaron los trabajos de construcción y mantenimiento de aquellas rutas críticas que comunicaban con poblaciones que podían sufrir aislamiento, de manera que esos tramos críticos de la red fueran accesibles todo el año. Actualmente, el BID está preparando una segunda fase, la cual incluye un programa de adaptación de drenajes de carreteras que modifica los diseños, al incluir los riesgos de inundación y vulnerabilidad frente al cambio climático.
Estos casos ejemplifican el trabajo en la fase de diseño, no obstante, como se menciona arriba, además de adecuar los diseños a los riesgos concretos para que la estructura sea resiliente (evitando el sobre financiamiento cuando no sea necesario), es clave considerar el fortalecimiento institucional, de modo que las autoridades responsables fomenten las mejores prácticas en materia de cambio climático, lo cual debe ser parte del diálogo en la reforma del sector del transporte en la región.
Si bien es cierto que los países de la región están haciendo verdaderos esfuerzos en la adaptación contra el cambio climático, hay un largo camino por delante para que las acciones llevadas a cabo resulten en una infraestructura sostenible a largo plazo, lo cual trae beneficios económicos y socioambientales directos e indirectos.
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Foto: Flickr BID ciudades
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