En 2011, la Asociación Sinfonía de Perú, presidida por el conocido tenor peruano Juan Diego Flórez, lanzó el proyecto “Sinfonía por el Perú: música e inclusión social”, con el apoyo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Se trata de una intervención social inspirada en la experiencia exitosa de las Orquestas juveniles e infantiles de Venezuela.
Gracias al proyecto se crearon cuatro centros musicales en cuatro zonas muy diferentes de Perú: los guetos urbanos marginados de Trujillo (costa), Huancayo (sierra), Huánuco (selva húmeda) y Manchay-Lima (desierto). Cada centro lleva la música a casi 200 niños y adolescentes que viven en la pobreza o por debajo de su límite.
Además de proporcionar instrumentos musicales y profesores calificados, en los centros también se desarrolló una nueva metodología de enseñanza musical diferente de la pedagogía tradicional.
En lugar de aprender piezas individuales, los alumnos participan en conjuntos, empezando con la fase pre orquestal (sinfónica y Big Band).
Además, la Fundación Sinfonía por el Perú elaboró una estrategia de expansión en la que los centros musicales contarán con el apoyo y sostén de socios estratégicos, una vez que la intervención del BID haya concluido después de dos años.
Era claro que el proyecto tendría un impacto positivo en los casi 800 beneficiarios. Para verificar esta intuición, se utilizó un proceso riguroso de selección aleatoria.
La Asociación Sinfonía por el Perú no suele utilizar este método cuando evalúa otros centros que no están financiados por el BID.
Sin embargo, aquí era indispensable emplearlo para la medición experimental, dado que permitía trabajar con grupos de intervención homogéneos (alumnos participantes) y grupos de control (no participantes).
La muestra comprendía 401 niños del centro musical en Huánuco y 405 de Manchay (debido a restricciones presupuestarias, solo se evaluaron estos dos de los cuatro centros musicales).
Las pruebas cognitivas y socioemocionales de los alumnos se complementaron con entrevistas con los directores del Centro, los instructores y los jefes de hogar.
Alumnas como Norka pueden dar fe de cómo el programa ha influido en sus vidas.
Norka proviene de Manchay, en las afueras de la capital, Lima, donde numerosas familias fueron desplazadas por el terrorismo. Actualmente Norka tiene un lugar seguro donde puede practicar su instrumento favorito: el violín.
Más aún, los niños como ella cuentan con un sitio donde pueden cultivar valores como la responsabilidad, la disciplina y el trabajo en equipo.
Este contexto les ayuda a afirmar su autoestima y los anima a tener metas en la vida y a alcanzarlas, además de que fomenta un mejor desempeño escolar, fortalece los vínculos familiares y facilita una participación positiva en su comunidad.
En la evaluación se muestra que el proyecto tiene un impacto positivo en el desempeño de los alumnos en la escuela, en su desarrollo personal y en sus hogares.
En comparación con el grupo de control, los niños a los que se dirigió la intervención registraron un aumento del 30% en su autopercepción positiva y del 34% en su motivación por el trabajo escolar.
En promedio, sus calificaciones de conducta en el colegio aumentaron y fueron 5% más altas que las del grupo de control. Concretamente, los niños disminuyeron las agresiones verbales y físicas en un 29%, en comparación con el grupo de control.
Las familias también declararon que se sienten más orgullosas de sus hijos. Asimismo hay evidencia de que el proyecto contribuye a reducir la prevalencia e intensidad del trabajo infantil.
Es evidente que los beneficios han ido mucho más allá de la música. El programa ha sido exitoso pues ha transformado las vidas de los niños peruanos que se encuentran en condiciones de pobreza.
Algunos de los artículos que pertenecen a esta serie son:
– Lecciones del programa Bono Vida Mejor: las condicionalidades sí importan
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