Por Carmen Mosquera
La experiencia demuestra que para que la capacitación dé sus frutos debe adaptarse a cada realidad. Es por eso que en las áreas rurales del Perú, las clases sobre educación financiera se han reinventado.
Cuando uno piensa en educación financiera, lo primero que viene a la mente es una lista de temas a impartir. También un salón de clase, pizarras o papelógrafos, esquemas gráficos de cómo funciona el sistema financiero, conceptos básicos sobre la necesidad del ahorro y recomendaciones para una vida financiera saludable. Todo esto se ha venido haciendo en todas partes del mundo. Sin embargo, nuestra experiencia en el BID nos dice que esto no es suficiente…
Hace unos años, el Fondo Multilateral de Inversiones (FOMIN) y Financiera Confianza iniciaron en el Perú el proyecto Ahorro para Todos. La idea era básicamente promover la inclusión financiera basada en el ahorro y a través de la educación financiera como punto de partida.
Se esperaba promover el ahorro entre unas 6.000 mujeres del área rural en los departamentos de Cusco y Abancay, la mayoría de ellas beneficiarias de un programa de transferencias condicionadas del Estado (como los programas de transferencias condicionadas Juntos o Pensión 65).
Las primeras acciones llevadas a cabo sobre educación financiera seguían el patrón conocido hasta entonces: un programa de capacitación tradicional, organizada como una “clase”, papelógrafos, esquemas y conceptos transmitidos bajo el sistema tradicional de “alumno y profesor”.
Sin embargo, empezaron a aparecer las señales de que algo no estaba funcionando bien. El esfuerzo para llegar a las zonas más alejadas del área rural era grande y era importante aprovecharlo al máximo, lograr el mayor impacto, y eso no se estaba logrando.
¡El programa de educación financiera no generaba un impacto en la promoción del ahorro! ¿No estaban entendiendo? O ¿sería que se estaba ofreciendo una solución sin haber entendido a la población?
Uno de los grandes errores es creer que las cosas no funcionan porque “no nos entienden”, cuando en realidad somos nosotros quienes no entendemos a nuestro cliente, socio o participante, para realmente poder comunicarnos efectivamente.
¿Cuál fue la solución?
Identificar un lenguaje común
La principal reflexión fue evaluar si los conceptos e ideas que el proyecto pretendía transmitir eran lo que nosotros queríamos que las personas supieran, o si eran realmente lo que las personas a quienes nos dirigíamos necesitaban conocer para tomar sus decisiones financieras.
El ahorro es una práctica común en el medio rural, por lo que la práctica del ahorro (en su concepto más amplio) no era nada nuevo, pero los códigos y prioridades eran diferentes. Era necesario encontrar el punto común que permitiera entablar una conversación con las personas, en la que ambas partes (entidad financiera y usuario) pudieran ser protagonistas, para lograr promover el ahorro formal y sostenible.
La educación se basa en la comunicación, y la educación financiera no es la excepción. La comunicación incluye el contenido del mensaje, la forma en que se entrega el mensaje, y los “agentes” que realizan esta comunicación. Había que mejorar el contenido, adaptándolo a las necesidades reales, a las vivencias y a las prioridades de estas personas, y había que cambiar la forma en la que se entregaba el mensaje.
Adaptarse al paisaje rural
Se identificaron limitaciones físicas, que tenían que ser tomadas en cuenta: por ejemplo, no es posible “pegar” con cinta adhesiva los papelógrafos en las paredes: son de adobe, o simplemente no se encuentran en los lugares de reunión.
No era posible extender un papel o diagrama en el suelo, porque normalmente se hace en el campo, en terrenos desiguales. Aprendimos que toda iniciativa de capacitación debía considerar los diferentes escenarios posibles, y adaptarse a esa realidad en la que no se cuenta con ningún soporte adicional más que el facilitador y las personas a las que se dirige. El resto debía ser opcional.
Aterrizar los conceptos
Los “esquemas” de cómo funciona el sistema financiero, y los conceptos que sustentan la necesidad del ahorro y salud financiera, eran planteamientos abstractos sobre algo que no conocían, y no estaba alineado con su experiencia basada en lo concreto.
Es así que surge una metodología y un producto de educación financiera que abraza este entendimiento de las costumbres y las experiencias rurales, y plantea una nueva propuesta, que incluía también la creación de materiales apropiados para el entorno rural.
Así se creó un “paquete” de materiales que conforman una mochila. Esta mochila y su contenido son livianos, permitiendo a los promotores desplazarse con mayor facilidad a través de largas distancias y caminos empinados sin que la carga sea un impedimento.
La tela que conforma la mochila se abre y puede ser extendida sobre cualquier superficie irregular en el campo para realizar el taller de educación financiera. Adicionalmente, el manto es igual o similar al que utilizan las mismas mujeres que participan del taller, y sobre los cuales, por ejemplo, llevan a sus hijos.
Los materiales son “objetos” que permiten demostrar a través de historias, de una forma más visual y concreta, los conceptos y relaciones entre el sistema financiero y los clientes, y que se pueden desarmar de tal forma que entran en la mochila y no pesan. Los papelógrafos y los plumones han sido reemplazados por muñecas que representan a la mujer rural, pequeños modelos de casas, animales, alcancías, edificios que representan a las instituciones financieras, a la superintendencia, al fondo de seguro de depósito, y réplicas de dinero y documentos de identidad. Esto no sólo permite una explicación más visual y concreta, sino una identificación de las participantes con dicha explicación, con sus necesidades, con sus problemas, y con su entorno.
En esa misma línea se modificó el contenido del curso para reflejar las vivencias de los participantes. El programa consta de cuatro módulos en los que, se explican de manera sencilla, conceptos sobre el ahorro, sus beneficios en la vida cotidiana, el funcionamiento del sistema financiero, o cómo funciona un seguro.
Por ejemplo, en el módulo de la promoción del ahorro, se plantean tres situaciones reales de las mujeres rurales sobre cómo ahorrar: en una “lata” escondida en la casa, en animales, o en una institución financiera. Y través de una historia simple, se van entendiendo los riesgos y los beneficios de las distintas alternativas, y la importancia del ahorro formal.
Finalmente, es importante destacar que el compromiso de las promotoras y sus habilidades de conectar con las mujeres del campo es una de las claves del éxito.
Lo importante, no ha sido “explicar” por qué es importante ahorrar en el sistema financiero formal y por qué “deben” hacerlo. Si no poder brindarles a las poblaciones en el área rural, las herramientas necesarias para comprender cómo funcionan los servicios del sistema financiero, y que puedan tomar su decisión de ahorro de una manera informada con respecto a sus experiencias y necesidades a corto y largo plazo.
Carmen Mosquera es especialista del Sector Privado en el Banco Interamericano de Desarrollo. Carmen está licenciada en Economía por la Universidad de Lima. Además, tiene un máster en Finanzas por la Universidad del Pacífico y otro máster en Responsabilidad Social Corporativa por la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
ignacio Dice
Abundando en esta experiencia recomiendo otros casos de adaptación del sistema educativo a la realidad económica de una región, como la experiencia de ESCUELA Y CAFE , en Colombia
Elizabeth Minaya Dice
Es interesante el artículo, nos permite conocer un mecanismo efectivo de comunicación financiera adaptado al ámbito rural de nuestro país (la mochila) con impacto probado, escalable y pertinente para nuestro país. felicito el artículo!