Por: Juan José Miranda*
El cambio climático es uno de los temas más interesantes por la incertidumbre de un futuro incierto pero ciertamente más cálido. Según el más reciente reporte del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, la temperatura puede subir hasta 4.5 grados centígrados hacia el 2100, con un valor esperado que está entre 2.5 y 3 grados. Sobre esto hay consenso, pero el consenso sobre la magnitud de los impactos anticipados es menos claro y depende en buena medida de los métodos y supuestos utilizados para su estimación.
Y el debate en los Estados Unidos está caliente. Para algunos el cambio climático afectará negativamente la productividad agrícola, para otros ese efecto ni es claro, ni es significativo. Ambos se acusan de usar datos dudosos o dudan de métodos discutibles.
El valor agregado agrícola es, en promedio, casi la cuarta parte del PIB en los países de bajos ingresos y puede llegar en países muy pobres como Congo, Etiopía o Liberia a superar el 40%.
Es un debate importante.
Este debate comienza en el 2006 con el estudio de Schlenker, Hanemann y Fisher, que se basa en la idea que el valor (monetario) de la tierra representa el valor presente de los ingresos futuros que se generan allí. En principio este valor futuro debe incorporar los impactos del cambio climático en la rentabilidad futura de la agricultura. Las áreas más propensas a sufrir impactos negativos verían su rentabilidad reducida. Con éste método (más conocido como método hedónico) se encuentra – con datos de corte transversal y ajustando por la posibilidad de correlación espacial – un efecto negativo del cambio climático en la agricultura, siendo económicamente de nivel moderado a alto.
En 2007 Deschenes y Greenstone criticaron este método ya que adujeron que no permite controlar por cambios en las prácticas agrícolas (adaptación) a raíz de las nuevas condiciones ambientales, y por tanto sobrestima el impacto económico del cambio climático en la agricultura. Para corregir esta deficiencia, utilizan el método de datos de panel con efectos fijos lo que permite corregir el problema de variables no observadas constantes en el tiempo. Con este método los impactos del cambio climático en la agricultura resultaron no ser económicamente significativos.
Pero Schlenker, Hanemann, Fisher y Roberts no podían guardar silencio y en un nuevo paper refutan los resultados del estudio de Deschenes y Greenstone, afirmando que hay problemas con los datos y uso incorrecto de variables, entre otros. Este estudio encuentra, otra vez, efectos negativos y significativos entre cambio climático y agricultura.
Poco después y ante esta refutación, Deschenes y Greenstone reconocieron algunos errores, pero insistieron que el último estudio de Schlenker, Hanemann, Fisher y Roberts tenía problemas de variables omitidas (problema substancial y comúnmente reconocido dentro de los métodos de corte transversal). Más aún, enfatizaron que los resultados dependen fuertemente de la forma funcional de la temperatura y de las variables explicativas utilizadas, por lo que concluyeron que el método hedónico no provee estimados creíbles.
Finalmente, un nuevo documento aun no publicado de Ortiz-Bobea sugiere que el uso de precipitación, utilizado como variable proxy de disponibilidad de agua en los estudios antes mencionados, no es lo adecuado dado que según la literatura agrícola la relación entre precipitación y efectos de cambio climático es limitada. Este último estudio encuentra una sobreestimación de 30% de los efectos de la temperatura en la agricultura.
Este debate académico en curso demuestra que, si bien hay consenso sobre el impacto del cambio climático en la temperatura, aun no hay consenso sobre el impacto potencial de cambios en la temperatura en la agricultura, y menos aún en la magnitud anticipada. Sin embargo, ojalá esta discusión se resuelva pronto. Sin mayor claridad sobre el impacto potencial del cambio climático en la producción agrícola, el debate político navegará entre la incertidumbre y la oscuridad.
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