Al igual que muchos de ustedes, quedé fascinado con la serie WestWorld, el éxito televisivo más reciente. A diferencia de muchos, mientras miraba un capítulo tras otro, empecé a jugar mentalmente con algunas ideas sobre la forma en que este programa se relaciona con nuestra línea de trabajo, la lucha contra la corrupción.
Para aquellos que no lo saben, WestWorld se desarrolla en un futuro distópico en el que la tecnología permite que los seres humanos creen androides increíblemente realistas. Sin embargo, la función que los humanos encontraron para estos androides es un poco perturbadora. Son los empleados de un parque de diversiones ambientado en el lejano oeste donde los clientes, que pagan altos precios, pueden matar a los androides, darles una paliza o abusar de ellos a su antojo y sin sufrir consecuencias, lo cual les permite realizar sus fantasías más profundas y oscuras.
WestWorld ha recibido las mejores críticas de fanáticos y revisores. Tal vez su aspecto más interesante sea que dispara interrogantes profundos y algo alarmantes sobre la forma en que los seres humanos manejarán (o deberían manejar) los avances de la tecnología que hace tan solo algunos años parecían ser ciencia ficción, pero ahora parece que son inevitables. Por supuesto que esto no es nada nuevo. Si tomamos las noticias de las últimas semanas, podemos leer mucho material sobre cómo nos adaptaremos a que los robots hagan nuestro trabajo, nos den una paliza en prácticamente cualquier juego y desarrollen conocimientos que nunca comprenderemos.
Sin embargo, para mí lo más fascinante de WestWorld son los interrogantes que se disparan en cuanto a la tecnología y la ética. ¿Cómo deberíamos comportarnos, desde el punto de vista de la ética, cuando nos enfrentamos a desarrollos de tecnología para los cuales no estamos filosóficamente preparados?
En WestWorld, como los androides desarrollan rasgos de personalidad inesperados y se vuelven más realistas de lo previsto, los clientes del parque se enfrentan con dilemas morales al decidir si las acciones que serían intolerables si los sujetos receptores fueran otros seres humanos son aceptables si los sujetos receptores fueran seres que, a pesar de parecer humanos, son robots.
Ahora, traslademos este pensamiento a los últimos desarrollos tecnológicos para la lucha contra la corrupción.
Durante los últimos años, el uso de herramientas TIC avanzadas contra la corrupción ha crecido exponencialmente. La mayoría de los proyectos propios incluyen algún componente tecnológico. Estas herramientas mejoran la capacidad de controlar y registrar las acciones de las personas.
Por ejemplo: la tecnología permite que se puedan localizar por completo todas las versiones de un documento al punto que se pueda prevenir o detectar su manipulación (consulte uno de nuestros proyectos de Jamaica), puede hacer que las campañas de donación sean transparentes (Chile) de manera que se puedan detectar las violaciones a las regulaciones de financiamiento de los partidos, o puede resaltar las anomalías en las compras, de manera que se puedan identificar los casos de fraude o soborno (Brasil).
Los economistas ven a la corrupción como una opción racional entre la recompensa hipotética de la corrupción, digamos, el valor del soborno, las probabilidades de ser descubiertos y la gravedad de la posible sanción. La tecnología altera esta ecuación, generalmente mediante el gran aumento de las probabilidades de ser descubiertos.
Ahora, cuando uno mira hacia el futuro, un futuro como el de WestWorld, no es tan poco razonable imaginarse que, a medida que la tecnología avance, nuestras acciones en el trabajo serán controladas de manera más eficaz y no habrá lugar para la corrupción.
¿Qué es lo que está mal en este escenario? El problema, según mi opinión, es que este enfoque deja afuera de la ecuación a nuestros códigos morales y a la influencia que el contexto social pueden ejercer sobre nuestras decisiones éticas. Como han demostrado Dan Ariely (vea la presentación que realizó aquí en el BID el año pasado) y otros economistas del comportamiento, los seres humanos no actúan de forma totalmente racional cuando se enfrentan a dilemas de corrupción. Las condenas éticas individuales, las normas sociales en cuanto a la conducta moral y la educación cívica tienen una función clave.
El problema es que no podemos esperar que las personas desarrollen estándares éticos sólidos si nunca los utilizan. Como dijo Aristóteles, “Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía”. El código moral es como un músculo: para fortalecerlo hay que usarlo todos los días. Este es precisamente el problema en un escenario en el que, por decirlo de alguna manera, todos nuestros huevos de lucha contra la corrupción están en la canasta de la tecnología. Las personas actuarían de determinada manera solo por miedo a ser descubiertas, no porque crean que hay algo que está bien o está mal. Con el tiempo, esto puede hacernos olvidar cómo hacer esa distinción.
Otros han articulado los riesgos de depender de la tecnología de manera exclusiva, a veces llamado “solucionismo”, con mucha más eficacia que yo. Desde mi punto de vista, la pregunta más importante es qué pasa “cuando las luces se apagan”. ¿Qué nos queda cuando la tecnología deja de funcionar, aunque sea de forma temporal, si nunca hemos utilizado nuestro código moral? Sin arruinar la trama de la serie, esto es precisamente lo que le ocurre a uno de los personajes principales de WestWorld.
Todo esto puede sonar abstracto, pero tiene implicaciones de políticas muy claras.
En primer lugar, para aclarar, no estoy sugiriendo de ninguna manera que debamos disminuir el uso de las herramientas TIC para la lucha contra la corrupción. Por el contrario, todavía estoy totalmente convencido de que aquí encontramos la mayor esperanza para el futuro (algunos de los ejemplos de nuestras últimas innovaciones en el área aquí y aquí).
Sin embargo, creo que, de forma paralela, también es necesario que retomemos la tarea de fortalecimiento de los códigos de ética y de enseñar educación cívica y filosofía en las escuelas, como parte de una inversión a largo plazo para la lucha contra la corrupción y para construir “capital cívico”. De esta manera, podremos seguir formando personas y comunidades que se inclinen por las decisiones éticas, independientemente del entorno tecnológico en el que trabajen.
En el Banco, ya hemos reconocido que ésta es la clave. Uno de nuestros proyectos recientes más interesantes, por ejemplo, a favor de la agenda de Probidad y Transparencia de Chile, ha brindado apoyo a la reestructuración de docenas de códigos de ética para las agencias del sector público, parte de un programa de reformas que también incluye la reintroducción de un plan de estudios sobre educación cívica en las escuelas y cursos de ética en la universidad para las profesiones claves. Todo esto junto al uso de tecnologías innovadoras para la lucha contra la corrupción.
Creo que el enfoque correcto consiste en encontrar un equilibrio entre la tecnología y la ética, y me parece que, en el futuro, veremos más iniciativas que sigan esta dirección.
Roberto de Michele dice
Excelente Francesco
Alicia Cuñarro dice
muy buen punto