Por Carolina Piedrafita y Carol Nijbroek
Maseja Amoloe es una madre soltera que reside en Pikin Pada, un pequeño poblado cimarrón del interior de Surinam.
Estos núcleos tienen su propia forma de gobierno inspirada en tradiciones amerindias como son los derechos de nacimiento, y cuentan con el pleno reconocimiento del Gobierno de Surinam. La administración de los poblados está a cargo de un kapiten que funge como máxima autoridad local.
Al igual que otras personas del poblado, Amoloe cultiva yuca, hornea pan y realiza labores de costura para subsistir. Ella y sus cinco hijos vivían en una choza hasta noviembre de 2015, cuando llegó a Pikin Pada un programa estatal de vivienda dirigido a pequeñas poblaciones rurales.
Amoloe fue escogida por el kapiten como una de las 20 personas que se beneficiarían de un subsidio de US$8.000 para construir una vivienda mejor, y hoy cuenta con un espacio amplio, instalaciones sanitarias, y muros y techos de buena calidad.
Aproximadamente 65.000 personas (12% de la población total de Surinam) viven en zonas del interior del país, las cuales comprenden unos 150 poblados habitados por grupos amerindios o cimarrones.
En la mayoría de los casos, estas localidades solo son accesibles por caminos de tierra, por vía fluvial o en avioneta. Muchas carecen de abastecimiento eléctrico y dependen de generadores de propiedad estatal que solo funcionan unas pocas horas al día.
La iniciativa que ayudó a la familia de Amoloe, y a muchas otras, es el Segundo Programa de Vivienda para Familias de Bajos Ingresos, financiado a través de un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) con garantía soberana por US$15 millones.
El programa se diseñó para ofrecer soluciones habitacionales asequibles a los pobres, incluidas las poblaciones de amerindios y cimarrones. Desde su lanzamiento en 2011, la iniciativa ha financiado la construcción de 200 casas y el mejoramiento de 1.800 viviendas para más de 2.000 familias.
La mejora de viviendas en zonas del interior se hizo un poco por el método de ensayo y error, dados los desafíos asociados a las obras de construcción en esas comunidades, entre ellos la dificultad para obtener ciertos materiales, los altos costos del transporte y supervisión, y la escasez de mano de obra preparada, ya que a menudo los hombres, que solían trabajar en este sector, migran en busca de empleo.
A ello cabe añadir que con frecuencia los beneficiarios son demasiado pobres para obtener un préstamo y el régimen comunitario de propiedad les impide utilizar la tierra como garantía.
Cuatro poblados (dos amerindios y dos cimarrones) fueron seleccionados en un programa piloto para diseñar un modelo de subsidios adaptado a las circunstancias locales. Los kapitens designaron a los beneficiarios según su grado de necesidad, empleando criterios claramente definidos.
Se fijó un subsidio inicial de US$8.000 para cubrir en su mayor parte el costo de construir una vivienda de 50 m² con sistema de recolección de agua, aunque los beneficiarios también contribuyeron en especie (materiales, mano de obra) o en efectivo, según sus posibilidades. Por ejemplo, Amoloe aportó arena, grava, cerraduras, clavos y una cubierta de PVC, además de cubrir el costo de transporte de estos materiales.
El proceso comenzó con una reunión en la que los kapitens explicaron el programa, seguida de un taller de construcción y diseño durante el cual los miembros de la comunidad diseñaron su vivienda ideal.
Un equipo de arquitectos plasmó esa visión en una unidad pequeña pero funcional que incorporaba demandas específicas, por ejemplo un baño accesible desde el exterior, un porche frontal y el número de divisiones en la estructura.
Una vez seleccionados los beneficiarios y diseñada la casa, el programa negoció la adquisición de materiales que mejor se adecuaran al proyecto.
El proceso de construcción estuvo guiado por un arquitecto y un capataz local, dándose prioridad a la contratación de trabajadores locales, entre ellos mujeres que ayudaron en la producción de ladrillos para las viviendas.
Inicialmente se construyó una sola casa en cada una de las poblaciones piloto para asimilar las lecciones aprendidas antes de proceder en mayor escala.
El programa piloto permitió capacitar a miembros de la comunidad en técnicas de construcción y proporcionó un diseño de vivienda económico, racional y reproducible. Al cabo de un año se habían construido 100 viviendas en ocho poblados, y muchos más estaban en lista de espera.
El programa de Surinam cambió las vidas de los pobladores de algunas de las zonas más apartadas del país, proporcionando vivienda de manera sostenible y culturalmente adecuada a los más pobres y vulnerables, e infundiendo un sentimiento de orgullo en los beneficiarios que contribuyeron al proceso de construcción, el cual incorporó diseños tradicionales.
Esta historia forma parte de las historias de proyectos del Panorama de la Efectividad en el Desarrollo, una publicación anual que resalta las lecciones y experiencias de los proyectos y evaluaciones del BID.
Acerca de las autoras:
Carolina Piedrafita es consejera del Director Ejecutivo por Argentina y Haití en el BID.
Carol Nijbroek es analista senior de operaciones en la Oficina del BID en Surinam.
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