* Por Anamaría Núñez y Raimon Puigjaner
Además de compartir inquietudes vitales, la ironía en el sentido del humor, afinidades futbolísticas y el espacio de oficina, en el transcurso de este año que llevamos trabajando juntos nos hemos dado cuenta que tenemos una cierta inclinación común por el buen vestir (un criterio más bien subjetivo y personal, dicho sea de paso). Un dulce pecado que de bueno tiene poco, empezando por el castigo a nuestros bolsillos de jóvenes profesionales, pero sobre todo para el uso (o mal uso) de los recursos naturales, particularmente las fuentes de agua.
Las críticas a la industria de la moda no son novedad alguna. Ya sea por supuesta actitud de indiferencia ante el trabajo infantil o la falta de diversidad en los cánones de belleza que ensalza. Para muchos el mundo global y multimillonario de la moda es sinónimo de irresponsabilidad social y económica. Y desde no hace demasiado, nos damos cuenta que debemos sumar también costes medioambientales a la etiqueta de esa linda camisa o ese flamante pantalón en el estante de “rebajas”.
Utilizando el concepto de agua virtual (ya desarrollado por @FedericoBasanes y @MarcelloBasani en notas anteriores), a titulo ilustrativo, vemos como los procesos de producción de una simple camiseta de algodón conllevan el consumo de grandes cantidades de recursos hídricos y energéticos: National Geographic habla de 2700 litros de agua para producirla, y 152 litros en cada lavado a máquina de la prenda. A esto agregamos el coste energético de producción, transporte, almacenaje y venta … Suerte que estamos hablando de algodón y no de cuero!
Si nos fijamos en la huella tóxica nos toca ponernos de luto, o la camisa negra. Greenpeace International lanzó la campaña Detox en el 2011 para crear consciencia sobre la contaminación creada en las cadenas de producción de las grandes marcas de la moda y visible en sus descargas de aguas y vertidos sin tratamiento. En un mundo donde más del 11% de la población mundial no puede tomar un vaso de agua potable en su hogar , el último grito de la moda en Paris, Milán o Nueva York debería de hacer eco con un manejo adecuado de las aguas residuales en cada una de las fábricas de producción de la industria.
Y si, finalmente, esbozamos el impacto del negocio de la moda en la aportación humana al cambio climático, nos damos cuenta que en lo que va de escrito, ya hemos desvelado varias fuentes de actividad alrededor del alto consumo energético en la cadena de valor de la industria que contribuyen al calentamiento global (variable en función de la fuente energética utilizada).
En definitiva, se trata de reconocer e interiorizar la responsabilidad que tenemos como consumidores de incidir en el desempeño sostenible de este sector y en general, de la economía globalizada. No pretendemos hacer público un simple mea culpa mundano o promocionar algún tipo de movimiento nudista. Debajo de la manga traemos preguntas y reflexiones sobre la importancia de cada elección (desde política hasta la “alta costura”) que hacemos como individuos y sociedad. Estas acciones representan un obstáculo o una oportunidad de mejorar nuestra relación con el medioambiente y con los propios colectivos en nuestro afán de desarrollo y progreso.
* Anamaría Núñez es responsable de comunicaciones de @BIDagua y Raimon Puigjaner es gestor del proyecto AquaRating.
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