Partiendo a pie desde Cusco, después de cuatro noches y tres días de seguir el curso del río Urubamba (o “río Sagrado”) a través de los picos nevados de los Andes en la ceja de la selva amazónica, se llega al Santuario Histórico del Machu Picchu, la ciudad perdida del Inca Pachacútec, abandonada sin explicación por 1,000 personas durante el siglo XVI, coincidente con la llegada de los conquistadores al Perú.
Cuando lo permiten los turistas, las ruinas descansan a 2,430 metros sobre el nivel del mar, cubriendo una superficie de 32,592 hectáreas perfectamente mezcladas entre las alturas de las montañas Machu Picchu (del quechua “montaña vieja”) y Huayna Picchu (“montaña joven”). Desde que fue redescubierta hace un poco más de un siglo, este Patrimonio de la Humanidad y maravilla del mundo moderno, ha alimentado la curiosidad de arqueólogos, urbanistas, poetas y soñadores que buscan descifrar los misterios que encierran los muros, terrazas y más de 200 estructuras que comprenden el complejo.
Sin embargo, aunque se tratara de un sitio religioso, refugio imperial o centro de investigación científica y agrícola, el secreto de la juventud eterna de la ciudadela está bajo tierra, donde según el hidrólogo estadounidense Kenneth Wright, los ingenieros y arquitectos paisajistas del siglo XV diseñaron y ejecutaron el 60% de todas las edificaciones, para garantizar la sostenibilidad de las obras en una zona de difícil acceso, arrullada por sismos y grandes cantidades de lluvia.
Los canales de suministro de agua y sistemas de drenaje son sin duda la infraestructura oculta más importantes de la ciudad. La principal fuente de agua proviene de un sistema de recolección de manantiales que los ingeniosos urbanistas construyeron en las laderas del Machu Picchu. Para llevar el agua de la fuente a la ciudad, se previó un canal de más de 700 metros, que una vez intramuros distribuía el agua mediante 16 fuentes, una de ellas reservada a la residencia del Inca. Dichas fuentes operaban flujos de un promedio de 25 litros por minuto, pero podían oscilar entre 10 a 100 litros por minuto (es decir que funciona en tiempos secos o muy lluviosos).
El estudio de Wright también demuestra que el sistema de drenaje contaba con canales de alivio que en un año húmedo, dirigían las aguas sobrantes lejos del canal de suministro de agua potable hacia las 700 laderas de la zona agrícola, o a un desagüe principal situado entre la zona agrícola y urbana. ¿Y en un año seco? Descubrimientos recientes de un camino de la ciudadela al río Urubamba dejarían entender que los incas usaban el río como una fuente secundaria de agua.
Entre tantas especulaciones a los largo del tiempo sobre el abandono del Santuario una cosa es cierta: el siglo XVI, sin cemento, hierro o la rueda los pueblos incaicos manejaban sus fuentes de agua de una manera más consciente que la nuestra.
Jesús Mata dice
Interesante y muy novedosa, con datos que ayudan a reflexionar, en lo adelantados en la infraestructura, cuidados, de su ciudad y los medios urbanísticos; con grandes costructores. Es un tema valioso.
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