Mi nombre es Fernando Miralles; soy venezolano, y trabajo como especialista líder en la división de agua y saneamiento aquí en el BID desde hace tres años. Si hacen una búsqueda en internet de “hydrologist with a midlife crisis”, que se traduciría en castellano a algo como “hidrólogo con la crisis de los 40”, pueden ver que aparezco en los primeros 10 resultados en google. Me vine al BID en una especie de año sabático extendido después de una carrera académica aquí en los EEUU de casi 20 años. Mi trabajo en el BID se ha enfocado en proyectos de agua y como la disponibilidad del agua está atada al clima y al cambio climático.
Soy padre de dos hijas adolescentes, y al que sea padre o madre hoy en día no tengo que decirles esto, pero los muchachos como mis hijas han crecido en un mundo donde el pesimismo abunda, ciertamente muy diferente a cuando yo crecí. Lo mismo he visto en la multitud de jóvenes a los que les he dado clases en la universidad. Si bien es cierto que en mis años de niñez y adolescencia había problemas en el mundo, también durante esos años estábamos lanzando cohetes al espacio, caminando en la luna, construyendo computadoras cada vez más pequeñas y haciendo descubrimientos científicos a pasos agigantados; había optimismo! Cuando veo a mis hijas y a mis estudiantes temerosos por el futuro, abrumados diría yo, me preocupa mucho y trato siempre de “desmitificar” un poco ese carácter sombrío con las que los (más) jóvenes están tendiendo a ver las cosas.
El cambio climático es una de estas “sombras” que se ha cernido sobre la humanidad, y que ha formado parte de los grandes problemas ambientales de los que empezamos a concientizarnos en el mundo en las décadas de los 70 y 80. Esa era la época en la que yo estaba en edad de adolescente y universitario, tratando de decidir que haría con mi vida de adulto. Noticias acerca del descubrimiento del agujero en la capa de ozono, la publicación del estudio de los “límites del crecimiento” y los efectos devastadores de fenómenos del clima como El Niño me marcaron profundamente. Hasta el punto que después de terminar la universidad seguí estudios de maestría y doctorado para especializarme en hidrología, la ciencia del agua.
Después de dedicarme por muchos años a hacer investigación estudiando el ciclo del agua y sus cambios debido al clima en varios lugares del mundo, me fui concentrando en América Latina y el Caribe. Al mismo tiempo, empecé a darme cuenta que los trabajos científicos que yo venía haciendo eran de poca utilidad práctica y simplemente no se usaban fuera del mundo académico. Me di cuenta que estos grandes problemas que afectaban a la humanidad no se estaban resolviendo (o por lo menos, no a partir de mis investigaciones). Me empecé a sentir de cierta manera un poco “inútil” fuera de mi círculo de colegas y tesistas. Fue en ese momento (hace unos pocos años) que entré en “crisis”.
Buscando opciones, me enteré que se había abierto un concurso para una posición en el BID, y la descripción de lo que estaban buscando se parecía mucho a lo que yo venía haciendo como investigador: mejorar las condiciones de las fuentes de agua en países de América Latina y el Caribe, sus impactos sobre el desarrollo social y económico de los países, y particularmente cómo serían afectadas por el cambio climático. Llené mi solicitud conociendo muy poco de la institución, y unos meses después me mudé a Washington con mi familia a empezar una nueva aventura.
En el (relativamente poco) tiempo que llevo en el BID, he podido empezar a llenar ese vacío que sentía, aplicando investigaciones recientes (no solo las mías, sino las de muchos otros colegas) para atacar problemas como las sequías, las inundaciones, el derretimiento de los glaciares andinos, y otros muchos problemas relacionados con el agua y el cambio climático. No solo eso, sino que también ahora le puedo contar a mis hijas que estos problemas son resolubles (lo son!) y tengo muchas más aplicaciones prácticas para compartir con mis alumnos en clase. Puedo decir que en el BID he hallado una vida profesional más balanceada y puedo proyectar una visión más optimista.
Como una anécdota personal, hace dos semanas tuve la oportunidad de participar en una conferencia a la cual asistieron el Dr. Mark Cane y el Dr. Steven Zebiak, científicos de la universidad de Columbia. Cane y Zebiak publicaron en 1987 (el año en el que me gradué de ingeniero en Venezuela) un trabajo que presentó el primer modelo de computadora capaz de predecir el fenómeno de El Niño. Desde entonces, este modelo ha sido utilizado para salvar vidas y evitar pérdidas económicas cuantiosas en todo el mundo. Para mi estos tipos son como estrellas de rock (mis hijas me llaman “nerd” :-). Y no me pude aguantar; les pedí que nos tomáramos una foto!
En próximas entregas, les iré contando un poco más sobre los proyectos que hemos venido desarrollando en el portafolio de agua y cambio climático aquí en el BID.
No puedo decirles si he salido de mi crisis o no, pero mi sonrisa en la foto quizás les dice algo 🙂
Una versión en inglés de esta entrada está aquí.
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