Costa Rica es uno de los países de América Latina y el Caribe donde los turistas pueden beber agua del grifo y cuenta con una cobertura de agua potable del 93,9%. No obstante, datos del Observatorio para América Latina y el Caribe de Agua y Saneamiento (OLAS) demuestran que esta realidad no siempre se refleja en las áreas más alejadas.
Hace más de una década, las poblaciones de Santa Rosa de Pocosol, La Virgen y Puerto Viejo de Sarapiquí, Santa Fe de Los Chiles y el Territorio Indígena Maleku, en el norte del país, eran muy pequeñas y no siempre disponían de agua potable. Con el paso del tiempo, estas poblaciones fueron creciendo y con ello la demanda. Como resultado, los sistemas artesanales de suministro de agua dejaron de dar abasto.
Quienes llegaban a estas localidades se encontraron con un panorama difícil de imaginar desde el confort urbano: pozos que se secaban con el verano, vetas minerales que teñían el agua de café, y familias enteras que debían cargar agua en baldes desde los ríos o los pocos depósitos existentes.
Hasta que un proyecto integral apoyado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y gracias a un financiamiento del Fondo de Cooperación para Agua y Saneamiento (FCAS) de la Cooperación Española, cambió completamente la situación y permitió brindar acceso al agua y al saneamiento a 34.000 costarricenses.

Cómo impactaba la falta de agua potable en las comunidades, familias y personas
Los recuerdos de aquellos días en que el agua faltaba o era escasa son abundantes: niños caminando hacia el río con grandes jícaras, constantes fallos en los antiguos sistemas, y una vida cotidiana marcada por la escasez. Durante la estación seca, el panorama se volvía aún más desolador. Así lo recuerda Aniceto Blanco desde Maleku: “En esos tiempos no había cañería y hemos tenido que ir a jalar agua de los ríos en unas jícaras grandes. En la escuela, el agua era muy escasa porque el sistema era viejo y casi todos los días sufría averías”.
Lo mismo ocurría en Los Chiles y en el resto de las comunidades. “Cuando no teníamos agua era bastante feo, porque uno tenía que acarrearla desde el agua del pozo y sacarla con mecate”, relata Katia Segura.
En aquel entonces, la sola idea de contar con agua potable constante parecía impensable. “Para nosotros era un sueño. La mayoría nos decía que estábamos locos”, recuerda Mario Cortéz, al evocar las reacciones de sus vecinos cuando hablaban del tema.
“Hay más gasto de agua en ciertas horas del día. Cuando la gente cocinaba o hacía los quehaceres de las casas, no alcanzaba para todos. Entonces, en lugares como la escuela o en zonas más altas, durante el día no había suficiente presión”, explica Marco Villegas.
Ivania Segura rememora que “hace 11 años que llegué a esta comunidad y me encontré sin agua. Entonces vine a investigar qué pasaba y me dijeron que había un cambio de pozo”. Al notar que el agua del nuevo pozo no era de buena calidad, decidió involucrarse activamente. Con el tiempo, se convirtió en beneficiaria de un proyecto que haría una gran diferencia.
Un proyecto colectivo que lo cambió todo
A pesar de todas las dificultades, las comunidades no se rindieron. Con el apoyo del BID y el Fondo de Cooperación para Agua y Saneamiento (FCAS) de la Cooperación Española, se puso en marcha el proyecto que lo cambió todo. La construcción de seis acueductos fue fundamental para proporcionar acceso al agua y saneamiento a estas poblaciones remotas.
Hoy, las comunidades cuentan con un sistema moderno y eficiente que incluye nuevas cañerías, tanques, redes de distribución y puntos de acceso seguros. En los hogares, el agua potable está disponible las 24 horas del día. Abrir un grifo y ver salir agua limpia puede parecer algo simple, pero ha sido el resultado de años de esfuerzo colectivo, perseverancia comunitaria y cooperación internacional.
El impacto va mucho más allá del acceso físico. La mejora en el servicio ha traído salud, bienestar y tranquilidad. Los niños ya no faltan a la escuela por falta de agua, y las familias han recuperado tiempo y calidad de vida.
“Nuestro objetivo es garantizar el derecho humano al agua y al saneamiento, un derecho humano que se consagró por la Asamblea General de Naciones Unidas en 2010. Y que no solamente es imprescindible para la dignidad de las personas, sino también para el desarrollo sostenible, particularmente en las zonas rurales”, explica la embajadora de España en Costa Rica, Eva Felicia Martínez.
“España es un socio estratégico que brinda un apoyo crucial para llegar a comunidades que tradicionalmente han estado apartadas y sin acceso a servicios básicos. Este ha sido un proyecto de una gran dimensión en regiones de la zona norte, que creemos tendrá un buen impacto en la calidad de vida de estas comunidades y en el acceso a una mejor agua y saneamiento para todas las poblaciones”, destaca Francisco Javier Urra, Representante del BID en Costa Rica.
En Costa Rica, aquello que alguna vez fue considerado un sueño imposible hoy forma parte de la vida cotidiana. Rodrigo Vargas, también beneficiario del proyecto, lo resume con una sonrisa: “Es bonito tener agua todo el tiempo, día y noche. Hasta da gusto abrir el chorro y bañarse”.


Este artículo es parte de la serie “Cambiando el mundo a través del agua y el saneamiento”, una colaboración de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que destaca el impacto que los proyectos de agua y saneamiento tienen en las personas de América Latina y el Caribe.
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