“Nuestra agua es nuestra vida”. Con esta frase nos recibe Irma Pecher, en el Caserío Chuimanzana, departamento de Sololá, al suroeste de Guatemala, y nos cuenta sobre la disponibilidad de agua potable en su comunidad. Su vecina, Morelia Tos, se aproxima para compartir que, entre los recuerdos de su niñez, resaltan las largas caminatas diarias hasta los barrancos que rodean la comunidad, para conseguir agua potable. “Teníamos que llevar nuestra ropa hasta las montañas para lavarla, y luego cargarla de regreso”, relata Irma.
El acceso al agua: Un derecho fundamental, no un privilegio
El acceso a servicios básicos como el agua potable y el saneamiento es fundamental para construir sociedades más justas. Sin embargo, millones de personas en todo el mundo carecen de acceso a servicios adecuados, lo que afecta principalmente su salud.
El 88% de las enfermedades infecciosas se relacionan con la falta de estos servicios, y el 61% de la mortalidad infantil se debe a parásitos intestinales según estudio del BID. Una salud deficiente repercute en casi todos los aspectos de la vida humana. En los niños y niñas aumenta el ausentismo escolar, reduce su capacidad de aprendizaje y afecta el desarrollo de otras habilidades. Y cuando se conviertan en adultos, al ingresar al mercado laboral enfrentarán desventajas competitivas, reduciendo su productividad, el acceso a mejores oportunidades laborales, y sus ingresos. Esto impacta más en la población femenina.
Según datos de UN Water, pese a que Guatemala es un país con muchos recursos hídricos, seis de cada 10 hogares no tienen acceso al agua potable, y cinco de cada 10 no están conectados a la red de drenajes.



Guatemala: Un país con agua y la oportunidad de ampliar el acceso
De acuerdo con el XII Censo Nacional de Población y VII de Vivienda (2018), el 11% de la población guatemalteca debe obtener agua de fuentes como lluvia, ríos, lagos y manantiales. Este porcentaje es superior en algunos departamentos del área rural y aumenta la cantidad de trabajo doméstico no remumerado en las familias sin acceso al agua. La mayoría de estas tareas son realizadas por mujeres y niñas, lo que se refleja en los indicadores de escolaridad. En las zonas rurales, las mujeres tienen una escolaridad promedio de 4,1 años, mientras en los hombres llega a 4,9 años. Irma y Morelia, por ejemplo, desde niñas ayudaron en las tareas domésticas y la educación que podían recibir no fue tan prioritaria.
Más allá del agua: Saneamiento, salud y dignidad
Además, la falta de acceso a saneamiento, no solo afecta la salubridad, sino también la dignidad humana, pues compromete la privacidad e higiene de las personas. Este impacto es mayor en mujeres y niñas, quienes quedan expuestas a infecciones urinarias y en condiciones muy precarias para mantener una higiene menstrual segura y correcta.
La ausencia de saneamiento en las escuelas puede llevar a que las niñas falten a clase durante su menstruación y, en última instancia, a deserción escolar. Y la necesidad de buscar lugares seguros para realizar funciones corporales básicas puede ponerlas en situaciones de riesgo, como el acoso y la violencia sexual.
Inversión estratégica: Agua y saneamiento para el desarrollo
Para apoyar al país a reducir estas brechas, el BID, junto a la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID), otorgó un financiamiento de US$100 millones para el Programa de Agua Potable y Saneamiento para el Desarrollo Humano – Fase I, de los cuales US$50 millones fueron donados por el Gobierno español, a través del Fondo de Cooperación para Agua y Saneamiento.
Uno de sus propósitos fue construir y mejorar sistemas de agua y saneamiento en zonas rurales, urbanas y periurbanas, con lo cual ha beneficiado con acceso al agua potable a más de 55.000 personas en áreas rurales del país, quienes, al igual que Irma y Morelia, enfrentaban múltiples desafíos diarios para obtenerla.
Impacto tangible: Historias de cambio en comunidades
Asimismo, en zonas urbanas de algunas regiones se identificó que el servicio era deficiente y ciertas áreas solo disponían de agua potable una o dos horas al día. Sobeida López, habitante de la cabecera departamental de San Marcos, recuerda que “teníamos horarios limitados para el agua que debíamos guardar en diferentes depósitos, pero no era de buena calidad y nuestros niños se enfermaban del estómago”. El programa concretó obras de mejora que beneficiaron a más de 135.000 personas en áreas urbanas y periurbanas del país, que ahora disponen de agua la mayor parte del tiempo. “Todo ha mejorado, tenemos agua de buena calidad y mis hijos ya no se enferman”, agrega Sobeida.
Una parte del programa permitió mejorar los servicios de saneamiento para más de 75,000 personas del área rural y más de 100,000 en áreas urbanas. Actualmente, beneficia a poblaciones, en 13 de los 22 departamentos del país.

Con el fin de asegurar la sostenibilidad de la infraestructura de estos servicios, fueron implementadas acciones para fortalecer las capacidades de uso y gestión eficiente de la población y de las autoridades locales. Esto se logró mediante un proceso de concientización y apropiación, involucrando a las comunidades y municipalidades en actividades como la elaboración del reglamento de administración, operación y mantenimiento de los sistemas de agua y alcantarillado; y talleres de fontanería, monitoreo de la calidad del agua y de gestión de residuos sólidos.
“Ahora, gracias a Dios, tenemos agua en nuestras casas. Todo es más fácil para nosotros y la higiene de nuestra casa ya no es igual que antes”, concluye Morelia.
Gota a gota, este programa ha cambiado la historia para personas como Irma, Morelia y Sobeida, quienes ahora disfrutan de una mayor calidad de vida y tienen la oportunidad de participar en la sociedad en condiciones más equitativas.
Este artículo es parte de la serie “Cambiando el mundo a través del agua y el saneamiento”, una colaboración del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) que destaca el impacto que los proyectos de agua y saneamiento tienen en las personas de América Latina y el Caribe.
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