Mucho se ha escrito sobre la movilidad del cuidado*. Esa que desempeña Marta en Ciudad de México cuando sale a trabajar como ingeniera civil. Pero entre su casa y la oficina constructora en la que trabaja hace varias paradas para cumplir con sus labores familiares. Baja del metro y camina para dejar a su niño en la guardería, aprovecha y camina un par de cuadras para comprar unas medicinas en la farmacia. Luego sube a un bus y llega a su trabajo en el centro de la ciudad. Esa misma movilidad que es desempeñada en gran parte por las mujeres en ciudades de América Latina, a pie, en bicicleta, bus, metro, tranvía, teleférico o en auto particular. Sin embargo, hay otra movilidad de la que se ha hablado menos: la movilidad para el cuidado, que también tiene rostro de mujer.
La movilidad para el cuidado es aquella que desempeñan en su mayoría mujeres que se dedican al trabajo de cuidado remunerado. Según la OIT, en el mundo, 381 millones de trabajadores se dedican a este tipo de trabajo: 249 millones de mujeres y 132 millones de hombres. En las Américas, las mujeres realizan más del 75% de este tipo de trabajo. Son los viajes que realiza Lucía, una enfermera en Lima que trabaja en el Hospital Arzobispo Loayza; Renata, una cuidadora de una persona con discapacidad en el barrio Providencia de Santiago; Luisa, una maestra que enseña en un jardín infantil del barrio Leblón en Río de Janeiro, o Stella, una trabajadora doméstica que labora en el sur de Cali. Su movilidad durante el COVID-19 se ha mantenido. Muchos gobiernos de la región han considerado en sus respuestas a la pandemia que el cuidado es una actividad esencial, para la cual se requiere que los y las trabajadoras se movilicen.
La movilidad para el cuidado está relacionada con la estructura urbana de las ciudades y la distribución espacial de las personas y empleos.
Esta movilidad nos hace repensar la manera cómo se planea el transporte por al menos tres razones. La primera es la ubicación de este tipo de trabajos y su conexión con las redes de transporte. La segunda es la precariedad de algunos trabajos de cuidado. Sobretodo en los informales hace que quienes se dedican a éstos sólo puedan pagar por vivienda en zonas muy distantes de la ciudad. Y eso dificulta su acceso a oportunidades. La tercera es que muchas veces, medidas de asequibilidad financiera, no alcanzan a cubrir a quienes se dedican al trabajo de cuidado informal.

La manera en la que el transporte público se planea en las ciudades de América Latina conecta principalmente los barrios periféricos con los centros. Es ahí donde se ubican muchos de los empleos formales.
Existen trabajos de cuidado como los del sector salud ubicados en hospitales y clínicas bien conectados con el transporte público. Incluso está la Ruta de la Salud en Medellín, vinculada con varios hospitales y clínicas de la ciudad.
Muchos de los trabajos de cuidado informales se realizan en zonas residenciales urbanas y suburbanas de ingresos medios y altos. Pero estas zonas no están suficientemente bien conectadas al transporte público. Dado que el cuidado ha sido ignorado como fuente de empleo históricamente, estas zonas residenciales muchas veces no son reconocidas como lugares de trabajo. Las cuidadoras remuneradas tienen problemas para llegar a las casas en las que trabajan en el valle de Quito en sitios como Cumbayá y Tumbaco. En Nordelta en la provincia de Buenos Aires, las trabajadoras domésticas denunciaron que los empleadores no las dejaban usar las combis que hacían recorridos por la urbanización con más de 35.000 personas que lo habitan y 10.000 que trabajan en ella. El transporte público, y la infraestructura para peatones y ciclistas sigue siendo muy limitada en zonas como los sectores altos de El Poblado en Medellín, las Lomas en CDMX, o algunos sectores exclusivos de Barra de Tijuca en Rio de Janeiro.
El trabajo de cuidado relacionado con el sector salud es ampliamente formal y público. Pero otra parte del trabajo de cuidado remunerado sigue siendo informal. Como lo es el trabajo doméstico y el cuidado de personas dentro de los hogares.
Las personas –sobre todo mujeres- que se dedican a éste, lo hacen en condiciones precarias y a cambio de salarios muy bajos. Cuidadoras de personas con discapacidad, niños, enfermos y adultos mayores, así como trabajadoras domésticas, generalmente sólo tienen ingresos para vivir en las periferias extremas de las ciudades. La desconexión del transporte público en los barrios de mayores ingresos en los que trabajan, hace que tengan que atravesar toda la ciudad para llegar a sus empleos, dada la segregación de las ciudades latinoamericanas.
Ciudades como Buenos Aires han creado subsidios de transporte del 55% para colectivos y trenes usando la tarjeta SUBE destinados a varias poblaciones que incluyen a las trabajadoras domésticas.
Bogotá y Medellín tienen transporte público integrado. Y también poseen ventanas de intercambio para permitir a los y las usuarias hacer trasbordos sin pagar una tiquete adicional. Sin embargo, cuando los recorridos toman mucho tiempo, estas ventanas de tiempo pueden no ser suficientes. Las trabajadoras del cuidado y otros trabajadores que viven muy lejos de sus trabajos, terminan pagando tiquetes adicionales y cargando aún más su limitado presupuesto.
Considerando el panorama de la movilidad para el cuidado y el evidente componente de género, la división de transporte del BID y el Transport Gender Lab, han lanzando esta encuesta en ciudades de la región. Se pretende comprender cómo ha cambiado la dinámica de la movilidad de los y las trabajadoras esenciales, incluyendo a las mujeres que ejercen como cuidadoras remuneradas, antes y durante el COVID-19. Entender mejor sus dinámicas de movilidad, con datos cuantitativos y cualitativos, es el primer paso para planear un sistema de transporte multimodal que realmente responda a sus necesidades. Les invitamos a responder la encuesta en el siguiente link.
*Sánchez de Madariaga, Inés: “Vivienda, movilidad y urbanismo para la igualdad en la diversidad: ciudades, género y dependencia”, en Ciudad y Territorio, XLI (161-162), pp. 581-598, 2009.
*Sánchez de Madariaga, Inés «The mobility of care. Introducing new concepts in urban transportation”, en Sánchez de Madariaga, Inés & Marion Roberts (eds.) Fair Shared Cities. The Impact of Gender Planning in Europe. Ashgate, Aldershot-New York, 2013.
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