Imagínense una conversación como ésta, entre un empresario y una buscadora de empleo que ha concluido satisfactoriamente el proceso de reclutamiento:
–¿Y cuál sería mi salario final?
–15 dólares al día. Pero como es mujer, usted sólo cobrará 9. [1]
Por increíble que parezca, esto podría suceder en la mayoría de empresas de México y del mundo. Aunque, evidentemente, nadie dice las cosas de forma tan clara. Las desigualdades a menudo quedan ocultas o sepultadas entre estadísticas y cifras anónimas. El diálogo que les he propuesto es imaginario, pero responde a una realidad medida científicamente.
Se basa en el Índice de Competitividad Social, elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, que aproxima el nivel de bienestar de la sociedad con base en características relevantes del mercado laboral. El índice intenta evaluar la igualdad entre mujeres y hombres en el mercado a partir de tres dimensiones: salud, educación e ingreso. Según este indicador, en México los hombres tienen una puntuación 1.6 veces mayor a la de las mujeres. Es decir, que por el mero hecho de ser hombre, un trabajador tendría un 60% más de probabilidades de encontrar un empleo y 60% más de “ventajas” que una mujer. O dicho de otro modo: para conseguir las mismas condiciones que un hombre, cada mujer debería multiplicarse por 1.6. En vez de trabajar 8 horas, trabajar casi 13 horas al día. Si una línea de producción llevada por hombres produjera 500 coches al mes, la de las mujeres debería producir 900. Para cada 10 pacientes que visitara un doctor, su compañera debería estar atendiendo a 16. ¿Irrealizable? ¿Injusto? Ustedes juzguen. Desde luego, equitativo parece que no.
Esta desigualdad entre hombres y mujeres en el mercado laboral me parece más descabellada todavía si consideramos el “efecto multiplicador de la participación de las mujeres en el bienestar social”, tal como destacaba un artículo del periódico Reforma (Urgen a elevar empleo femenil).: “Hay que considerar […] que las políticas en materia laboral deben estar encaminadas hacia dos objetivos: (i) una incorporación más ágil de las mujeres en el mercado de trabajo; y (ii) asegurar la igualdad de condiciones y la calidad en el empleo”, mencionaba el diario. Y es que invertir en las mujeres da resultado. Las mujeres reinvierten hasta el 90% de sus ingresos en la familia y su comunidad, y gastan más en comida, salud, cuidado del hogar y educación[2] .
Para reducir esta brecha en el mercado se me ocurren varias iniciativas. Más y mejor orientación laboral para las mujeres que buscan empleo; sensibilización de empresas en cuanto a la importancia de no discriminar en sus procesos de reclutamiento; beneficios fiscales para las empresas que empleen a más mujeres; la introducción de una licencia de paternidad; capacitación y formación continua; servicios de guardería infantil; socialización entre líderes empresariales y CEOs sobre las ventajas de contar con equipos de trabajo diversos…
Muchas opciones son dignas de explorarse, pero ellas solas no bastan. Requieren liderazgo y compromiso, además de un acompañamiento y análisis continuo para determinar cuáles son las mejores prácticas y crear el efecto demostrativo para integrarlas a un marco de política. Necesitan, además, estar apalancadas con los recursos necesarios para lograr un mayor alcance. Finalmente, requieren de paciencia y tiempo para madurar, pues hay que tomar en cuenta que este tipo de intervenciones conviven con una dinámica cultural y sus impactos pueden subestimarse en caso de medirse demasiado pronto.
¿Por dónde empezar entonces? Poner el tema sobre la mesa ya es un primer paso, que facilita abrir espacios de diálogo. Con suerte, ello permitirá ampliar horizontes respecto al valor agregado del factor mujer. En segunda instancia, podemos aventurarnos a tratar de desarrollar estudios más precisos y mejor ajustados a las condiciones laborales reales de las mujeres –caracterizadas por una enorme heterogeneidad regional, étnica y social – con vista a participar en la búsqueda de mejores instrumentos de registro, análisis, evaluación y promoción de oportunidades que empoderen a esta gran mitad de la población.
*Tzitzi Morán es consultora en la Unidad de Mercados Laborales y Seguridad Social del BID en Méxco desde 2011. Es licenciada en relaciones internacionales, con una maestría en Relaciones Interncionales por la Universidad de Sciences Po.
[1] El porcentaje más cuantioso de la población ocupada en México recibe un nivel salarial equivalente a tres o menos salarios mínimos al día.
[2] Borges, Phil (2007), Women Empowered: Inspiring Change in the Emerging World. New York.
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