¿Alguna vez has tenido la sensación de que el tiempo ha pasado volando muy rápido, pero que a la vez han ocurrido muchas cosas durante ese mismo tiempo? Esta es la impresión que me llevé la semana pasada durante la Cumbre de la Tierra Río +20 patrocinada por las Naciones Unidas y que se llevó a cabo en Río de Janeiro. Me vino a la memoria la Cumbre de la Tierra de las Naciones Unidas de 1992, también en Río, y aunque recuerdo esta reunión como si hubiese ocurrido ayer, cuando me detuve a pensar más detenidamente sobre ello, me di cuenta de que hemos recorrido un largo camino en estos 20 años que han pasado. (Uy, nos estamos poniendo viejos. :-()
Un poquitín de historia: la primera de estas reuniones tuvo lugar en Estocolmo en 1972; no recuerdo nada de esa, puesto que yo era un niño en el momento (tampoco soy tan viejo, eh?). Pero si recuerdo haber crecido en un mundo con grandes diferencias (y muy contenciosas) entre los países desarrollados y aquellos en desarrollo; la pobreza generalizada en países como China y la India, que ahora tienen economías fuertes y pujantes. En esos tiempos, algunos científicos y los movimientos “ambientalistas” nacientes en los Estados Unidos y Europa occidental mostraban cada vez más preocupados por los impactos generados por los seres humanos sobre el aire, el agua y los ecosistemas. El crecimiento poblacional, en particular en las zonas menos desarrolladas del mundo, aumentó las tensiones entre los bloques desarrollados y en desarrollo. La reunión de Estocolmo de 1972 fue un primer paso hacia la resolución de estos conflictos, y la idea (común hoy en día) de las sinergias que existen entre el desarrollo económico y la protección del medio ambiente, se convirtió en la base de lo que se comenzó a denominar el “desarrollo sostenible”.
Ya para la cumbre de 1992 en Río de Janeiro, el mundo estaba llegando a un consenso global sobre la forma de equilibrar la protección del medio ambiente y el desarrollo económico. Este consenso se vio impulsado por dos décadas de trabajo intenso, con muchas publicaciones históricas tales como “Los Límites del Crecimiento” en 1972 a “Nuestro Futuro Común” en 1987. Este último expuso la mayor parte de lo que hoy entendemos como desarrollo sostenible, un concepto que proporciona un principio sólido de organización que fue capaz de obtener el apoyo de un amplio espectro de actores, desde pequeñas ONG rurales hasta los bancos de desarrollo, desde los agricultores hasta las grandes corporaciones multinacionales. Esa primera reunión en Río de Janeiro ayudó a cristalizar la visión y el consenso en torno al desarrollo sostenible, un logro notable en sí mismo para ese momento.
Ahora, de vuelta al 2012. En su mayor parte, siempre he pensado que las grandes cumbres internacionales no son el foro más apropiado para la definición de políticas concretas y vinculantes para los países, y he explicado por qué las reuniones como la Conferencia de las Naciones Unidas de las Partes (COP) han sido poco eficaces en ese sentido. Esa definición tiene que hacerse a nivel de los países (e incluso argumentaría que a niveles más locales). Sin embargo, estas reuniones si ofrecen una oportunidad que no es frecuente, para que los gobiernos, expertos, activistas y otras partes interesadas puedan hacer una pausa y revisar el progreso general hacia las metas compartidas. Creo que la reunión de Río +20 fue capaz de proporcionar una plataforma, tanto mirando hacia atrás en lo que se ha logrado desde 1992, y un mirar hacia adelante a los próximos pasos en los años que siguen.
La cumbre de Río +20 puso la mira en ampliar el concepto de “el desarrollo sostenible en el contexto de la economía verde y la erradicación de la pobreza. El título de la declaración final es “El futuro que queremos”. Esta frase refleja un intento para enmarcar nuestro futuro como una opción que elegimos nosotros (los seres humanos). Esta “opción” requiere de tres elementos:. definir hacia dónde queremos ir, trazar un camino para llegar allí, y disponer de un vehículo o medio que nos permita embarcarnos en ese camino.
Por esto creo que la reunión hizo un buen trabajo de definir el “dónde”, y tal vez (es comprensible) sólo trazó un panorama superficial de los caminos y vehículos que nos permitan llegar a ese destino. Estos son demasiados para mencionarlos aquí, pero usted puede leer la declaración final que ya está saliendo publicada en diferentes idiomas (la versión en inglés está aquí).
Al leerla, la declaración final me parece una especie de “árbol de Navidad”, en la que cada quien pudo “colgar” su “adorno” favorito. Y sí, Río +20 fue una oportunidad para reinventar nuestro enfoque de desarrollo sostenible, lo que requiere un poco de optimismo entusiasta, y a la vez aceptar las ideas de los demás. Esto, sin embargo, no le quita en mi opinión nada a los logros de esta cumbre. Estoy dispuesto a apostar que cuando hacemos un balance de lo que se ha logrado en los próximos veinte años, el tiempo habrá volado de nuevo, y nos sorprenderemos positivamente de lo que hemos logrado como colectivo. Nos vemos entonces todos en el año 2032. 🙂
Este post puede ser leído aquí en Inglés.
Foto (arriba): cortesía gentil de Jennifer Doherty-Bigara, quien sirvió no sólo como fotógrafa extraoficial de esta entrada del blog, sino también como coordinadora general de la participación del BID en Río +20.
Foto (abajo) cortesía gentil de Alberto Palombo, de la Red Interamericana de Recursos Hídricos.
Si bien los esfuerzos para difundir estrategias de desarrollo sostenible son totalmente legítimos, el hecho es que Rio+20 expresa el fracaso de los componentes voluntaristas y utópicos del proceso del que esa reunión forma parte.
Las intenciones y deseos influyen ciertamente sobre la realidad, pero hay muchas intenciones y muchos deseos, que a menudo se contraponen unos con otros, de modo que lo que realmente acaba sucediendo es la resultante de todas esas fuerzas opuestas.
A las naturales contradicciones entre las aspiraciones, intenciones y deseos se le suman otros dos ingredientes sumamente importantes.
El primero: que los deseos e intenciones que logran tener alguna influencia son aquellos que son capaces de lograr poder político para ello. El mundo todavía está políticamente dividido en estados nacionales, pero sus problemas (y sus propias estructuras económica, social y cultural) son globales y transnacionales. El poder político global prácticamente no existe, ya que lo fundamental del poder político (la capacidad de ejercer coerción) solo lo poseen (todavía) las naciones. Aun cuando un Estado adopte políticamente determinadas intenciones y aspiraciones, y las transforme en políticas y acciones concretas, ese será solo uno de los varios Estados que interactúan, y el resultado global seguirá siendo la resultante de una pluralidad de políticas no necesariamente concordantes.
El segundo factor ya no depende de los deseos y aspiraciones sino de las realidades. La economía mundial es una economía capitalista, en la cual los actores principales son las empresas (entre ellas, principalmente, las empresas de alcance global o transnacional, pero también las otras). Ellas operan con una tecnología que requiere una escala transnacional de producción, y una estructura productiva y comercial con alcances transnacionales. También requiere la movilidad del capital, que puede fácilmente trasladar sus inversiones de un país a otro. Las inversiones físicas que no se pueden trasladar (tierras, fábricas, edificios, e incluso maquinarias y equipos cuya exportación podría ser prohibida por los Estados) tienen una importancia menor y rápidamente declinante: la mayor parte del “capital” en sentido amplio reside en la información, la tecnología y el acceso a mercados; el rápido cambio tecnológico torna obsoletas rápidamente las instalaciones productivas. Si a una empresa no le conviene quedarse en un país, y no puede llevarse sus equipos y edificios, la pérdida eventual no es demasiado significativa (como sí lo era hace 100 años).
La movilidad del capital y el carácter global del mercado determina que los Estados se encuentran objetivamente en la necesidad de competir entre ellos para atraer capital y tecnología. Esto limita sus posibilidades reales aun cuando conserven toda su soberanía jurídica. Sin inversiones no hay crecimiento ni desarrollo, y las inversiones las financian los capitales que deben ser “seducidos” para invertir en este territorio en vez de hacerlo en aquel otro.
Los Estados nacionales que así compiten por los recursos (no solo naturales, sino sobre todo tecnológicos y de información) para lograr el desarrollo de sus territorios, difícilmente puedan concordar en objetivos comunes precisamente referidos al uso de los recursos. En la práctica no concuerdan, como se ha visto en Rio+20 y en las reuniones recientes relevantes (las negociaciones de la Ronda de Doha, o las conferencias sobre cambio climático). Y el protagonismo de los estados nacionales, aun en un mundo globalizado, no es algo que vaya a finalizar en el corto plazo. Probablemente nuestros hijos y nietos todavía encuentren el mismo panorama.
Por eso “el futuro que queremos” solo podría concretarse “en la forma y medida que podamos” y bajo las condiciones en que realmente ocurre el desarrollo en el mundo real que habitamos.
Para repetir una cita famosa:
“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su antojo, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran concretamente, que existen y les han sido legadas por el pasado” (Marx, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte).
Muchas gracias Hector, buena (y muy acertada) reflexión. Saludos!
Estimado Fernando,
Felicitaciones por esta publicación en tu blog – Muy acertado el símil del árbol de navidad, que también comparto. Hay un trío de puntos que me gustaría añadir…
Hemos avanzado mucho desde Rio’92: Para mí, estos 20 años también pasaron tan rápido – Desde que me arriesgué a entrar en las aguas contaminadas de la Bahía de Guanabara junto al Dalai Lama en junio de 1992 en acción de protesta – que me entra un sentido de premura y apuro, pero luego miro hacia atrás y definitivamente vivimos en un mundo diferente y cambiante, lleno de complejidades que al mismo tiempo nos ofrece las soluciones. Apenas toma un poco de paciencia para ponernos de acuerdo mientras pensamos como cambian las cosas. Definitivamente, falta mucho por hacer.
Mi evaluación es simple – “La sostenibilidad necesita una cara humana”. Entendiendo que somos parte de algo más amplio e inter-relacionado, el ser humano aún debe encontrarse a sí mismo y entender su capacidad de transformación para que esta sirva a la vida con equidad y respeto para todos y entre todos. Por ello, el compromiso inter-generacional, un poco perdido entre los múltiples temas que se abordan en un documento como “El Futuro que Queremos”, aún sigue siendo un desafío. Hablamos del futuro que queremos y se me ocurre que esto implica que debemos querer algo mejor para los que vienen después de nosotros, para mejorar su capacidad de entendimiento sobre el mundo en que vivimos y les tocará vivir, y que nuestros compromisos no se limiten apenas a lo que debemos avanzar en el tiempo que aún nos queda sobre la faz del planeta. Para encausar los esfuerzos que nos guíen hacia una paz duradera entre nosotros y todo lo que nos rodea, nuestro compromiso y acción debe ser con la vida de los que vienen, y esto implica un cambio de paradigma en prácticamente todo lo que hacemos, pues lo que sí ha quedado demostrado es que el curso que aún mantenemos nos lleva inexorablemente al futuro que “no” queremos para ellos, puesto que el nuestro puede ser muy bueno, pero sería como “pan para hoy y hambre para mañana”… Y en función de esto, llegar a propuestas y acciones concretas.
La sensación del “árbol de navidad” que mencionas es tan acertada, que los gobiernos reunidos en Rio+20 se conformaron con ver sus propuestas colgadas “de adorno” y queda entonces, una vez más, la pugna entre la sociedad civil y los gobiernos sobre qué hacer y cómo, y en el medio quedan el sector privado y los bancos, cuyos principales stakeholders de los últimos son los gobiernos, sin un rumbo bien definido, o por lo menos, con mucha discreción de parte de quien tiene la palabra sobre sus prioridades (hablo de los gobiernos como accionistas de los bancos multilaterales), lo que generará más roce que la colaboración necesaria para alcanzar los objetivos del desarrollo sostenible, que es la “estrellita del árbol” que aún no se colocó – Para eso tendremos que esperar a la navidad sostenible del 2014, justo en víspera de los actuales objetivos del milenio que fueron cumplidos muy tímidamente hasta 2015 por algunos países, pero que la mayor parte de África y algunos de los países más pobres económicamente de América Latina y el sudeste asiático aún tendrán que cumplir.
De nuevo, ¡felicitaciones por tus reflexiones!
Buenos comentarios, bien fundamentados.Gracias.