En el marco de la actual revolución tecnológica, ¿tiene sentido pensar la integración de América Latina del mismo modo que hace un cuarto de siglo?
Es que hace 25 años, cuando se creó el MERCOSUR, no existía el comercio electrónico, la economía colaborativa, la internet de las cosas ni la inteligencia artificial. El big data de las cadenas logísticas era ciencia ficción y la impresión aditiva era desconocida. Desde entonces, además, los flujos de datos entre países crecieron a un promedio anual del 50%.
Más allá de tendencias desglobalizadoras latentes, las principales economías desarrolladas ya lanzaron ambiciosos programas para promover la digitalización de la industria y la transferencia de tecnología. Por ejemplo, Alemania creó la Iniciativa Industrie 4.0; Francia, la Alliance Industrie du Futur; Reino Unido, el Programa Catapult; Holanda, Smart Industry, y España, la Industria Conectada 4.0.
¿Qué puede hacer el Sur Glocal (global+local) para dar un salto de calidad integracionista, diversificar su matriz productiva y generar empleos de calidad?
Desde el INTAL, convocamos a expertos en el informe “Los Futuros del Mercosur”, bajo la premisa de dejar atrás la vieja antinomia entre liberalismo excluyente y proteccionismo exacerbado, para avanzar en un regionalismo inteligente con cuatro nodos estratégicos.
- En primer lugar, una cosecha comercial temprana que identifique con realismo victorias rápidas. Los procesos de negociación con la Alianza del Pacífico, la Unión Europea y China –cada uno con sus particularidades– comenzaron hace más de un lustro entre gobiernos de signos políticos diversos. Pero subsiste una agenda pendiente de trabajo que trasciende las banderas partidarias con puntos específicos de “sintonía fina” en facilitación de comercio, reglas de acumulación de origen, cooperación aduanera, certificación de origen digital, promoción comercial conjunta y ventanillas únicas de comercio exterior. Cerca del 70% del intercambio entre el MERCOSUR y la Alianza del Pacífico ya goza de importantes preferencias comerciales por acuerdos suscriptos en ALADI. No se trata entonces de comenzar de cero sino de reencauzar el sendero transitado.
- En segundo lugar, una tecnointegración productiva que brinde apoyo a empresas de frontera, fomente la transferencia de tecnología y la difusión de conocimiento como catalizador de la competitividad sistémica. Existen centros de irradiación tecnológica en Estados Unidos, Europa y ahora también en China, donde indicadores de eficiencia (como la productividad total de los factores), incluso para el sector primario, crecen al 3,3% anual, por encima del 2,6% del MERCOSUR. Si los países del bloque no se acoplan a esta tendencia de cambio tecnológico, corren el riesgo de perder mercado frente a productores cada vez más eficientes.
- En tercer lugar, trazar puentes para cerrar la brecha de una equidad sustentable. Sabemos que los procesos de inclusión social son más difíciles en economías poco diversificadas. Productores regionales de servicios empresariales, industrias creativas, e-commerce y software, entre otros rubros, lograron posicionarse en cadenas globales de valor en un segmento que supera el 20% del PBI mundial. Además, la biodiversidad de la región multiplica el potencial de las energías limpias. ¿Por qué no diseñar una política energética regional para energías renovables, métodos comunes de control de contaminación y medidas fiscales con sentido ecológico?
- En cuarto lugar, una gobernanza con transparencia, porque los procesos de integración regional no pueden resultar ajenos a la democracia ni a la deliberación pública. Es preciso contar con reglas compartidas para el capital privado, un requisito para atraer inversiones, en especial en infraestructura regional. No existe en el MERCOSUR un régimen común de inversiones. Tampoco un régimen común de compras públicas, un instrumento que utilizan países desarrollados como herramienta contracíclica al asignar a los sectores promovidos, como las PyMEs, una alícuota fija del gasto que llega a 50% en Corea del Sur y a 25% en EE.UU. ¿Por qué no utilizar el enorme poder de las compras públicas regionales, que en Brasil y Argentina alcanzan el 15% del PBI, para incentivar la innovación? ¿Por qué no profundizar desde la sociedad civil el debate sobre el financiamiento transparente de campañas políticas, sin el cual ninguna obra de infraestructura regional será plenamente productiva?
En este proceso, la participación y el voto de confianza ciudadana son fundamentales. Según la última encuesta de INTAL-Latinobarómetro, el 81% de los ciudadanos del MERCOSUR está de acuerdo con la integración económica en la región. Se trata de ser fiel a esa voz.
Nuestra voluntad de converger en la diversidad representa un verdadero bien público global.
Interesante reflexión. Lo invito a leer mi blog y compartir opiniones.