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“Que inventen ellos”: El mal día de Don Miguel de Unamuno

June 6, 2016 by Ignacio De León 4 Comentarios


El 30 de mayo de 1906, en los albores del siglo 20, el filósofo español Miguel de Unamuno, quizás de mal humor ese día, escribió un artículo que habría de estigmatizarlo como enemigo de la ética de la innovación. Así opinó en su ensayo “El pórtico del Templo” sobre los avances científicos europeos y norteamericanos:

«Que inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó»

Es curioso que el sabio Unamuno, el mismo que años después plantara cara valientemente al fascista General Millan Astray en defensa de la cultura y autonomía universitaria, escribiera estas palabras tan ríspidas sobre la innovación científica. Ellas han dado mucho de qué hablar sobre la antipatía cultural hacia la laboriosidad capitalista por parte de la cultura hispánica, de la cual Unamuno es uno de sus portavoces más conspicuos.

Hoy, la evidencia empírica se ha impuesto, a un siglo de haber Unamuno pretendido tapar el sol con un dedo.

La situación anémica del emprendimiento innovador en la región latinoamericana es bastante obvia, especialmente si uno la compara con otras regiones donde la ingeniería y las matemáticas son vistas con mejores ojos que la filosofía. El Banco Mundial (2014) indica que las empresas de América Latina son 20% menos proclives a introducir un nuevo producto que aquellas de países con ingreso mediano de Europa y Asia Central (ECA). En países del Caribe, la probabilidad es aún menor, con una cifra menor al 50%.

El financiamiento a la innovación en América Latina y el Caribe (ALC) es muy inferior al de otras regiones. De acuerdo con el World Development Indicators, China invirtió en 2012 alrededor de 1.98% de su PIB en I+D, mientras que en promedio América Latina invirtió en 2011 alrededor de 0.83% de su PIB en ese rubro. El financiamiento privado es aun inferior: en los EE.UU., por ejemplo, los préstamos bancarios proveen entre 15 a 30% del financiamiento a pequeñas empresas innovadoras (PEI); en Brasil esta fuente de financiamiento no supera el 7%, y en Chile y México es prácticamente nula. En los EE.UU., las PEI obtienen entre 20 a 47% de sus finanzas de fondos de capitales de riesgo e inversionistas ángeles, comparado con 23% en Brasil, 17% en Chile y 5% en México.

El origen de la anemia

¿Dónde está el origen del problema de los mercados de innovación? Volvamos a Unamuno.

El sabio español nos dice que “la luz eléctrica (entonces recién inventada) “alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó”. Pues bien, suponía mal Unamuno al pensar que el bombillo incandescente sólo habría de traer luz y calor, pasando por alto todo el conocimiento intangible acumulado por su creador, Thomas A. Edison. Pues este conocimiento permitiría después, crear nuevas y más avanzadas invenciones, retroalimentando la acumulación de valor. El desarrollo de tubos al vacío sirvió de inspiración o insumo a inventos como la radio en los años 20, o la televisión una década después, o los semiconductores, que en los años 60 habrían de revolucionar la computación.

Creer que inventar se agota con la acción del inventor es ignorar que el esfuerzo innovador tiene beneficios acumulativos que suelen ser desconocidos al momento de la invención. Al crear su modelo de computador personal Apple II, los dos Steve de Apple (Jobs y Wozniak) no tenían en mente el iPhone, pero hoy sabemos que, sin duda, uno es consecuencia del otro.

Pero aún más importante, el conocimiento solamente tiene valor si hay un mercado capaz de valorarlo. Estos mercados solamente pueden surgir si quienes inventan tienen la expectativa de obtener los beneficios (materiales o espirituales) de su esfuerzo. Esto es, todo lo contrario de lo que nos propone Unamuno: “Que inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones”.

He aquí una causa fundamental de la anemia innovadora latinoamericana: la incierta atribución de los derechos de propiedad intelectual que predomina en la región. No hay claridad, pues las oficinas de patentes carecen de experticia para reconocer la novedad de las reivindicaciones de quienes solicitan patentes, que suelen yuxtaponer con otras ya pertenecientes al dominio público. Tampoco hay tribunales eficientes que asignen los derechos en caso de conflicto. Finalmente, hay un problema cognitivo de los mismos emprendedores, quienes perciben el sistema de protección mediante propiedad intelectual como un obstáculo, en vez de una oportunidad para monetizar sus ideas.

Dada esta precariedad de derechos sobre la propiedad intelectual, el número de transacciones sobre los mismos (esto es, el “mercado”) se reduce: empresas necesitadas de tecnologías desconocen que las mismas existen y que están en posesión de tal o cual investigador, o no saben las condiciones bajo las cuales puede negociarlas. Al reducirse el tamaño de los mercados, menores serán las posibilidades de producir nuevas tecnologías (innovar), pues habrá menos puntos de conexión en el ecosistema innovador, que tendrá un nivel tecnológico más limitado, o que, sencillamente se desconoce que existe. En otras palabras, si no existieran los sistemas de refrigeración, ¿qué sentido tendría esforzarse por inventar una nevera de mejor capacidad?

Esta conexión entre transacciones insuficientes causadas por una asignación imprecisa de los derechos de propiedad intelectual, que reducen las posibilidades a la innovación, ha sido estudiada solamente a partir de la segunda mitad del siglo 20 y aun se discuten sus implicaciones. Por ello, sería injusto cargar en las espaldas del gran Unamuno el peso de su incomprensión sobre los factores institucionales que condicionan la innovación.

En todo caso, queda claro que el 30 de mayo de 1906 no fue su mejor día.

Te puede interesar

  • Documento de discusión: El costo de uso de los sistemas de propiedad intelectual para pequeñas empresas innovadoras
  • Blog: Ojos que no ven, propiedad intelectual que se pierde
  • Estudio: Coase, Ronald (1960) El problema del costo social, Chicago: University of Chicago Press

Archivado Bajo:Ciencia y Tecnología, Innovacion Etiquetado con:América Latina, anemia innovadora, emprendimiento, innovacion, mercados de innovación, miguel de unamuno, patentes, propiedad intelectual, que inventen ellos

Ignacio De León

Ignacio es emprendedor, especialista internacional en propiedad intelectual, defensa de la competencia y regulación de nuevas tecnologías. Es CEO de IPPassport LLC y autor del libro “Innovation, Startups and Intellectual Property Management: Strategies and Evidence from Latin America and other countries” (Springer International, 2017). Ignacio es abogado de la Universidad Católica Andrés Bello y cuenta con un LLM de la Queen Mary College London. Posee un PhD de la University College London y un MBA de la Universidad Francisco Marroquín.

Reader Interactions

Comments

  1. Pablo Ramos dice

    June 6, 2016 at 8:11 pm

    Hace falta crear un banco de invenciones en donde las ideas queden registradas con título de propiedad. Luego que las empresas las tomen y lleven adelante el entendimiento, y paguen un canon por el uso. Creo que acumular IDEAS en un disco blando es mala IDEA.

    Reply
  2. Jose Benito dice

    June 7, 2016 at 11:43 pm

    Es cierto, cuando se dice que se tiene obstáculos para entrar a este mundo enmarañado de tramites a seguir como inventor y ademas de los tiempos y costos que implica presentar un invento.
    Pienso que el Estado debería convertirse en socio con el inventor, ya que este ultimo, generara un producto y como consecuencia generara trabajo a la sociedad y el Estado contribuir en acelerar el proceso del registro y dar facilidades tributarios.

    Reply
  3. José Joaquín Arguedas dice

    June 14, 2016 at 11:46 am

    De esta frase de Unamuno, toma su título un capitulo del libro “Las raíces torcidas de América Latina” de Juan Carlos Montaner. Como dice el autor, tal frase estigmatizó al sabio español como enemigo de la ética de la innovación, algo trágico para todos los países de tradición mayoritariamente católica (Iberoamérica) que debió convivir aparte del inmenso avance que significó la revolución industrial, la cual creció básicamente en los países de extracción protestante. Parafraseando a Max Weber, (La ética protestante y el espíritu del capitalismo), pareciera que en nuestro caso, la obra se hubiese llamado “La ética anti tecnológica y el espíritu del subdesarrollo”.

    Reply
  4. víctor huerta dice

    June 17, 2016 at 10:40 am

    Algo similar escuché a un cura español hace muchos años atrás.
    Condenándonos a esperar todo de fuera.
    – “De la teoría no se preocupen, ya la hacen en Europa, ustedes solo tienen que aplicar”.
    Así nos ven. Es la visión de los países desarrollados.
    Con esa frase propiamente nos castró la iniciativa de crear respuestas a los problemas que enfrentamos.
    Es cierto nos hemos acostumbrado a ser receptores de máquinas que hacen algo, para qué crear algo nuevo que sirva en nuestro medio si ya todo viene ahora de Asia.
    Cualquier cochinadita incluso inútil, made in china.
    Con defectos, sin control, pero vienen.
    Cómo se puede hacer innovación si no tenemos un nivel adecuado de conocimientos para hacer cosas nuevas.
    Hace más años atrás aún, pasó un gobierno militar que quiso implementar todo un proyecto para desarrollar el país.
    Desde la educación hasta la metalmecánica.
    Aprovechar los recursos naturales que los tenemos en cantidad para comenzar nuestro desarrollo. Se quedó solo en plan.
    El 92 se implementó un modelo copia del pinochetismo, el extremismo liberal, que desbarató a industria incipiente y nuestros industriales despidieron a sus trabajadores y se convirtieron en importadores y comerciantes.
    A vender mercadería china.
    Qué cosa podemos innovar si no tenemos la capacidad necesaria para hacerlo.
    La educación es lo básico, pero como afirma Porter, “la educación es un vulgar negocio”.

    Reply

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