El envejecimiento poblacional es un proceso que ocurre no solo porque las personas viven más años, sino también porque las tasas de fecundidad han disminuido de forma sostenida. Países de todo el mundo enfrentan este desafío con estrategias que van desde reformas estructurales de los sistemas de pensiones hasta iniciativas orientadas a modificar las preferencias de las personas jóvenes a través de incentivos económicos por formar familias, como es el caso de Corea del Sur.
América Latina no es ajena a esta transformación demográfica. En 2023, la tasa de fecundidad en la región se situó en 1,8 hijos por mujer, frente a los 5,9 registrados en 1960. Estos datos reflejan un cambio profundo y sostenido, impulsado por factores como el aumento del nivel educativo de las mujeres y un mayor acceso a métodos anticonceptivos. Sin embargo, esta transformación trae consigo nuevos desafíos que obligan a repensar las políticas sociales, económicas y de cuidado.
Uno de los aspectos más relevantes —y a menudo menos discutidos— de este proceso es su impacto diferenciado para hombres y mujeres. Las mujeres, en particular, enfrentan mayores presiones y responsabilidades, debido a sus menores niveles de ingresos y a la carga de cuidados que asumen a lo largo de su vida.
¿Por qué envejece América Latina?
El envejecimiento poblacional no ocurrió de la noche a la mañana. Es el resultado de dos grandes transiciones demográficas que han marcado la historia moderna.
- Primero, la caída de la mortalidad y la fecundidad debido a los avances en salud pública y al proceso de industrialización de los países.
- Luego, una revolución en los modelos de familia, impulsada por una mayor autonomía de las mujeres y nuevas formas de vivir en sociedad.
Como consecuencia de estas transformaciones, la región ha visto un descenso de 1,5 hijos por mujer entre 1990 y 2023. La caída de la fecundidad y el envejecimiento poblacional en América Latina son, en muchos sentidos, buenas noticias. Por otro lado, estos logros también traen consigo desafíos que las sociedades deben afrontar con urgencia, como la presión sobre los sistemas de pensiones y los sistemas de salud.
Sin embargo, existe un desafío más invisibilizado —pero no por eso menos urgente— que es el de los cuidados. A medida que la población envejece, también aumenta la necesidad de asistencia. Estas tareas recaen, en muchos casos, en personas trabajadoras del sector —frecuentemente mal remuneradas— o en familiares cercanos de la persona mayor, en general, mujeres. Datos disponibles en América Latina muestran que las mujeres en el mercado laboral asumen hasta el 80% del trabajo de cuidado, incluyendo el cuidado de personas mayores, en sus hogares. El envejecimiento nos obliga a repensar cómo cuidamos y quiénes asumen esa responsabilidad.
Envejecer siendo mujer: una desigualdad que se acumula
A lo largo de su vida, muchas mujeres asumen responsabilidades de cuidado no remunerado —de hijos, personas mayores o familiares con discapacidad— que limitan su participación en el mercado laboral formal. Los datos muestran que las mujeres dedican tres veces más tiempo que los hombres a las tareas de cuidado.
Esta distribución desigual y la falta de sistemas de cuidado accesibles y universales obliga a muchas mujeres a reducir sus horas de trabajo o incluso a abandonar sus empleos para cuidar. Esto afecta su bienestar y autonomía económica en el presente, y compromete su futuro:
- Menos años cotizados
- Menor acceso a pensiones
- Mayor dependencia económica en la vejez
Además, muchas de las mujeres que sí logran insertarse en el mercado laboral lo hacen en condiciones de informalidad, sin protección social, licencias, ni seguridad laboral, y con ingresos bajos o nulos. Esto se refleja en una brecha de 16,1 puntos porcentuales respecto a los hombres en la calidad del empleo, medida en términos de formalidad y salarios.
Mientras los hombres suelen llegar a la tercera edad con trayectorias laborales más estables y, en consecuencia, con pensiones más altas, las mujeres enfrentan mayores niveles de vulnerabilidad: el 70,3% de las mujeres sin pensión tiene ingresos por debajo de la línea de pobreza, cifra que alcanza el 42,6% incluso entre quienes reciben una pensión no contributiva.
Envejecer, para ellas, significa enfrentar precariedad —con ingresos inestables y sin redes de apoyo institucionales— y una desigualdad acumulada a lo largo de toda una vida de cuidar sin ser cuidadas.
¿Qué hacemos desde el BID?
Todo indica que el envejecimiento poblacional y la disminución de la fecundidad continuarán en el corto plazo, lo que hace urgente que los países comiencen a adaptarse a esta nueva realidad para mitigar sus efectos y responder de manera sostenible.
La falta de sistemas de cuidado accesibles y universales perpetúa las desigualdades, limita el desarrollo profesional de las mujeres y compromete su bienestar en la vejez, afectando a un grupo poblacional que representa el 11% del total de mujeres de la región. Asimismo, una mejor redistribución de las tareas de cuidado contribuye a fortalecer el crecimiento económico de los países y la región.
Entendiendo el cuidado como una dimensión inherente a las agendas de desarrollo, desde el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) se vienen impulsando diversas iniciativas para fortalecer este pilar fundamental del bienestar social. Una de ellas es BID Cuida, una iniciativa regional cuyo objetivo es fortalecer los sistemas de cuidado para las poblaciones dependientes en América Latina y el Caribe, para fomentar el crecimiento económico y reducir la desigualdad, a través de soluciones innovadoras y basadas en evidencia. Además, el BID lidera la RedCUIDAR+, una red regional de políticas públicas de cuidado que facilita el intercambio de experiencias, aprendizajes y buenas prácticas entre países, con el objetivo de avanzar hacia sistemas integrales de cuidado.
Estos son solo dos ejemplos del abordaje de los sistemas de cuidados, incluyendo la gobernanza y el financiamiento, los servicios, el cambio cultural, la disponibilidad de datos, las regulaciones, la formación, los estándares de calidad y el apoyo a quienes cuidan, tanto de forma remunerada como no remunerada. Estas iniciativas, sintetizadas en este menú interactivo, marcan un paso importante hacia el reconocimiento del cuidado como un componente esencial del desarrollo social y económico. Visibilizar, profesionalizar y redistribuir el cuidado es clave para construir una economía más justa, inclusiva y sostenible.
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