A pesar de la importante caída en los niveles de pobreza que ha mostrado América Latina y el Caribe en las últimas décadas, este sigue siendo un desafío de desarrollo persistente y complejo. Entender cómo varía la pobreza en la región es relevante pero no es simple. En particular, las desigualdades entre hombres y mujeres son un aspecto que puede pasar desapercibido en el análisis de pobreza, ya que se suele considerar a todos los miembros de un hogar como pobres cuando el hogar lo es, lo cual ignora cualquier heterogeneidad entre sus miembros. Su medición presenta desafíos que se deben enfrentar en la búsqueda de caminos para diseñar políticas públicas basadas en evidencia que sean sensibles a estas desigualdades.
¿Cómo medimos la pobreza?
La pobreza se ha medido tradicionalmente utilizando enfoques monetarios: es decir, la tasa de pobreza monetaria es la proporción de personas cuyos ingresos en el hogar por cada adulto son menores a una línea de pobreza prestablecida, la que generalmente considera lo que se requiere para satisfacer un conjunto de necesidades básicas. Estas medidas son ampliamente usadas y constituyen la base de las estadísticas oficiales de pobreza. Un ejemplo reciente es el informe sobre pobreza y equidad en Suriname realizando en conjunto con el Banco Mundial.
Una medida complementaria es la pobreza multidimensional, la cual evalúa privaciones en diversas áreas del bienestar como la salud, la educación, la vivienda y el empleo, entre otros. En este caso, la tasa de pobreza corresponde a la proporción de personas consideradas multidimensionalmente pobres. En este caso, una persona con ingresos sobre la línea de pobreza puede ser considerada pobre si no tiene acceso a ciertos servicios básicos y oportunidades. Dada la naturaleza de esta medición, existe una gama de índices con diferentes ponderaciones y áreas de bienestar.
En este sentido, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ha desarrollado recientemente un índice específico para la región llamado IPM-AL, que ofrece una visión de la pobreza regional y que considera factores relevantes para las características estructurales de la región.
Retos para medir la pobreza entre hombres y mujeres
Uno de los principales desafíos para analizar la pobreza diferenciada entre hombres y mujeres es que la unidad de análisis son los hogares. La mayoría de las métricas de pobreza se basan en datos a nivel del hogar y no se desagregan según los roles de cada adulto, sus responsabilidades o acceso a recursos. En otras palabras, se tiende a asumir que los recursos dentro del hogar se distribuyen equitativamente entre todos sus integrantes. Esto oculta las desigualdades existentes dentro del hogar, y en particular, puede invisibilizar las privaciones específicas que enfrentan las mujeres.
Aun cuando en algunos casos existen datos a nivel de individuos, estos muchas veces no capturan dimensiones clave de la pobreza que afectan de manera desproporcionada a las mujeres, por ejemplo:
- La pobreza de tiempo
- Las responsabilidades de cuidado no remunerado
- Las restricciones de movilidad.
Además, se tiende a usar el conjunto de hogares con jefatura femenina como un sustituto para medir la pobreza femenina, pero este enfoque omite a muchas mujeres que viven en situación de pobreza en hogares encabezados por hombres, lo cual puede llevar a diagnósticos y políticas públicas erróneas.
¿Qué nos dice la pobreza por ingresos?
Según el Banco Interamericano de Desarrollo, más de 200 millones de personas en América Latina y el Caribe viven en pobreza, y cerca de 100 millones en pobreza extrema. Las mujeres están sobrerrepresentadas entre la población en extrema pobreza, llegando a representar un 53% de este grupo.
En línea con esto, el índice de feminización en hogares pobres de CEPAL, que compara la cantidad de hombres y mujeres de entre 20 y 59 años en situación de pobreza, muestra que en la región el porcentaje de mujeres de entre 20 y 59 años en situación de pobreza tiende a ser mayor que el de hombres de la misma edad (ver gráfico a continuación). Estas brechas en la incidencia de la pobreza son aún mayores si solo se consideran mujeres en edad fértil. Asimismo, los hogares encabezados por mujeres, especialmente madres solteras, tienen mayores probabilidades de ser pobres debido a menores ingresos laborales, mayor carga de cuidado y barreras estructurales en el acceso a oportunidades económicas.

¿Qué revela la pobreza multidimensional?
El reciente informe de CEPAL aborda el problema de este tipo de análisis usando como unidad de identificación el hogar y presenta estimaciones de pobreza multidimensional usando una estrategia modificada. Con esto, los datos de CEPAL revelan importantes brechas en las privaciones relacionadas con calidad de vivienda, nivel educativo y condiciones laborales entre hombres y mujeres.
Las mujeres de entre 20 y 59 años en nuestra región enfrentan tasas de pobreza multidimensional estimadas a nivel individual más altas que la de los hombres en el mismo rango de edad. Esto quedó en evidencia en el año 2022, donde fue 1,19 veces mayor (ver gráfico a continuación). Las disparidades entre hombres y mujeres son particularmente marcadas en la no participación en la fuerza de trabajo debido al cuidado doméstico no remunerado, indicador en el cual casi no hubo carencia para hombres, pero osciló entre el 15% y 20% para las mujeres. Además, estas desigualdades se interceptan con factores como etnia, edad y ubicación geográfica. Por ejemplo, las mujeres indígenas y afrodescendientes suelen enfrentar desventajas acumuladas que intensifican su situación de pobreza.

¿Qué podemos hacer?
Abordar las desigualdades entre hombres y mujeres en la pobreza requiere enfoques multidimensionales y sensibles:
- Es esencial contar con mejores datos—particularmente información individual desagregada por sexo y edad.
- Los sistemas de protección social deben reconocer el trabajo de cuidado no remunerado y promover el acceso de las mujeres a empleos de calidad y servicios de cuidado infantil.
- Es clave ampliar el acceso a la educación, salud y servicios financieros, especialmente en zonas rurales y marginadas. Las políticas deben fomentar el empleo formal y eliminar barreras estructurales a la participación laboral femenina.
Finalmente, integrar diagnósticos que sean sensibles a las diferencias entre hombres y mujeres en las estrategias nacionales de reducción de pobreza es crucial para diseñar políticas públicas más efectivas e integrales.
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