En este camino que elegí transitar como divulgadora de temas de crianza respetuosa, me he dado cuenta de que para cuidar bien a nuestros pequeños, más que aprender, necesitamos desaprender, regresar a lo que nos dicta el instinto, retomar prácticas que responden al diseño de estos primates sofisticados que somos, rescatar costumbres inteligentes porque son las que han garantizado, a lo largo de milenios, nuestra sobrevivencia como especie. Sí, porque aunque lo hayamos perdido de vista, somos descendientes de antepasados humanos que llevaban a sus crías todo el tiempo en brazos o colgadas en pareos, dormían con ellas, las alimentaban con pecho durante años, las criaban piel con piel, con mucho apego, sin dejarlas llorar y todo esto porque de otro modo no hubiéramos sobrevivido como especie.
En algún momento comenzamos a cambiar costumbres y distanciarnos de nuestro instinto, sin imaginar el impacto en la construcción de nuestro bagaje emocional y nuestro cerebro. Hoy, la neurociencia lo explica claramente y nos revela cómo la manera en que atendemos a nuestros bebés, determina el desarrollo cerebral, la capacidad de respuesta emocional, de aprendizaje y la posibilidad de padecer o no, enfermedades mentales, conductas violentas, antisociales o delincuenciales en un futuro. Si me pidieran que resumiera en una frase la conclusión de estos estudios, diría que, para un cerebro sano no existe nada mejor que prodigar al bebé humano, infinitas dosis de amor, brazos, mimos y teta.
Para comprender esta afirmación, es necesario explicar por qué nuestro cerebro es el único de toda la especie animal que nace a medio construir. Hagamos el cuento corto: por un lado nuestros antepasados pre-humanos comenzaron a evolucionar hacia lo que ahora somos y pasaron de, desplazarse en cuatro patas, a erguirse y caminar en dos piernas. Esto provocó que se estrechara la pelvis. Por otro lado, el desarrollo de la inteligencia exigía un cerebro y un cráneo más grandes. Con ambos cambios evolutivos (pelvis más estrecha y cabeza más grande), para poder salir del vientre materno, el ser humano se convirtió en la única especie que nace con un cerebro sin completar.
Sue Gerhardt, investigadora británica y autora del libro “Why Love Matters” explica que durante los tres primeros años de vida del ser humano se desarrollan muchos sistemas importantes del cerebro, especialmente los encargados de gestionar la respuesta emocional y el aprendizaje. Los diferentes circuitos bioquímicos en el cerebro superior comienzan a desarrollarse durante el período crucial después del nacimiento. El ser humano no nace con ellos sino que se construyen dependiendo de los cuidados, la contención y el afecto que reciben o no los bebés.
Sepamos, además, que un bebé se estresa fácilmente. Por ejemplo, el sólo hecho de mantenerse alejado del cuerpo de la madre le supone el terror de sentir amenaza de muerte. Esto hace que segregue cortisol (la famosa hormona del estrés) que un bebé no está equipado para gestionar por sí solo. El cortisol sabotea el desarrollo adecuado de su cerebro en formación, provocando atrofias y distorsiones que luego devienen en problemas de aprendizaje, impulsividad y violencia. Por eso Sue Gerhardt afirma, con muchísima razón, que la mejor manera de prevenir las enfermedades mentales, la delincuencia y la violencia es ocuparse adecuadamente de los bebés.
Comprenderán entonces, que mimar no es malcriar, sino todo lo contrario. La crianza con apego que equivale a llevar a tu bebé siempre en brazos, prodigarle consuelo permanente, lactancia materna a demanda, apaciguarlo con cuerpo materno constante favorece el sano desarrollo de su cerebro. Así que no esperemos más para seguir la infinitamente sabia voz de nuestro instinto.
Berna Iskandar es una comunicadora social y madre venezolana. Conduce y produce un programa de radio en el cual reflexiona sobre temas relacionados con la crianza, la paternidad y la maternidad. En 2013, fue la ganadora del Concurso de Bloggers “Habla por los Más Pequeños” organizado por Primeros Pasos.
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