Los niños y niñas necesitan más que cuidados básicos desde el día que nacen. Una buena nutrición, un entorno seguro y oportunidades de estimulación son claves para que el cerebro se desarrolle y alcance su máximo potencial. Pero ¿qué ocurre cuando las familias no cuentan con los recursos necesarios para brindar estas condiciones?
En contextos de pobreza, muchos niños enfrentan múltiples adversidades desde edades muy tempranas: estrés familiar, menos acceso a materiales de juego, interacciones de baja calidad y prácticas de crianza negativas. Estas condiciones afectan su desarrollo y refuerzan los ciclos de desigualdad.
En esta entrada del blog, exploramos los hallazgos del estudio Desarrollo infantil en Uruguay: un análisis longitudinal de las brechas socioeconómicas y las prácticas de crianza, desarrollado por el Ministerio de Desarrollo Social de Uruguay, Uruguay Crece Contigo y el BID, que analiza cómo evolucionan las brechas en el desarrollo cognitivo y socioemocional a lo largo del tiempo, y qué papel juega la crianza en este proceso.
Una mirada única al desarrollo infantil en Uruguay
Uruguay cuenta con una ventaja poco común en la región: datos longitudinales de alta calidad que permiten seguir a los mismos niños a lo largo del tiempo. El estudio se basa en la Encuesta de Nutrición, Desarrollo Infantil y Salud (ENDIS), una muestra representativa a nivel nacional de niñas y niños de entre 0 y 3 años.
El análisis se centra en las rondas de 2016 y 2019, cuando los niños tenían entre 2 y 6 y entre 5 y 11 años, respectivamente y las mediciones de desarrollo cognitivo y socioemocional estaban disponibles. En total, se incluyó a 1.584 niños con datos completos en ambas rondas.
¿Qué muestran los datos? Cuatro hallazgos clave
El estudio revela cuatro características del desarrollo infantil en función del nivel socioeconómico y las prácticas de crianza:
1. Más problemas de conducta en hogares con menores ingresos
Los niños de hogares de menor nivel socioeconómico presentan más problemas de conducta –especialmente en edades tempranas–, tanto hacia el exterior como hacia su mundo interno. Las conductas hacia el exterior, también llamadas conductas externalizantes —como la agresividad o la falta de atención—, tienden a disminuir con la edad, pero no llegan a desaparecer por completo. En cambio, las conductas hacia el interior, conocidas como conductas internalizantes, como la ansiedad o el retraimiento, mantienen una brecha estable, siendo casi tan grande a los 3 como a los 10 años.
2. Las brechas cognitivas se amplían desde los tres años
A partir de los 3 años y hasta los 10, se observan diferencias significativas en las habilidades cognitivas entre niños de hogares con ingresos inferiores a la media y niños de hogares con ingresos superiores a la media. A partir de los tres años, las diferencias se amplían de forma considerable y persisten en el tiempo, aunque tienden a reducirse levemente hacia el final del período analizado.
3. La baja interacción con adultos en el hogar se asocia con más problemas de conducta
Los niños que tienen menores niveles de interacción con adultos en el hogar en actividades de juego —como contar cuentos, cantar o jugar— presentan más problemas de conducta, tanto internalizantes como externalizantes. Estas diferencias se acentúan con la edad y no se revierten con el paso del tiempo.
4. Cuanto mayor es la interacción con adultos en el hogar, mejores son los resultados cognitivos
Los niños que participan en más actividades de juego con adultos en el hogar desarrollan un mejor desempeño cognitivo, y esta diferencia se mantiene incluso en edad escolar. Las brechas según la interacción con adultos en el hogar son mayores que las brechas por nivel socioeconómico, lo que refuerza la importancia de promover entornos estimulantes que incluyan interacciones afectuosas y receptivas, así como oportunidades de aprendizaje a través del juego desde los primeros años.
¿Qué implican estos resultados para las políticas públicas?
Los hallazgos de este estudio confirman que intervenir desde la primera infancia es clave para reducir las desigualdades. Actuar temprano permite aprovechar las ventanas del desarrollo cerebral y tiene un mayor retorno de inversión. ¿Cómo avanzar desde las políticas públicas?
- Integrar transferencias monetarias con políticas de fortalecimiento de prácticas de crianza
Las transferencias de ingresos, ayudas económicas directas que reciben las familias —en algunos casos, aquellas con niños pequeños— para apoyar sus gastos básicos y mejorar su bienestar, representan un importante alivio para la carga financiera de los hogares. Sin embargo, por sí solas no bastan: deben ir acompañadas de estrategias que mejoren las prácticas de crianza.
- Ampliar los programas de acompañamiento familiar
Porgramas de visitas domiciliarias a hogares vulnerables como el Programa de Acompañamiento Familiar (PAF) de Uruguay Crece Contigo, ha mostrado resultados positivos al fortalecer las prácticas de crianza, promover la estimulación infantil y facilitar el acceso a servicios sociales.
- Apostar por la escala y la sostenibilidad
Fortalecer la coordinación institucional y asegurar el financiamiento estable que permitan ampliar la cobertura de servicios de desarrollo infantil con calidad son pasos necesarios para hacer de la primera infancia una prioridad.
- Potenciar los programas de crianza a gran escala
Para que los programas de crianza sean eficaces a gran escala, deben tener una adecuada implementación, una alta participación de las familias y equipos bien capacitados.
Proteger a la primera infancia exige actuar a tiempo
Este estudio, destacado por seguir a los mismos niños durante años, confirma que las brechas en el desarrollo infantil existen, persisten y se relacionan con el entorno familiar. Pero también ofrece un mensaje esperanzador: invertir temprano, con foco en la crianza y la estimulación, puede cambiar trayectorias de vida y ayudar a romper el ciclo intergeneracional de la pobreza. Accede al estudio completo en este enlace.
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