Por Vital Didonet
Los jardines de infantes y las instituciones de educación inicial tienen una marca distintiva que las diferencias de las escuelas: son sitios donde los niños juegan.
Mientras que en la escuela el niño aprende mediante la enseñanza, que es la transmisión de información y conocimientos, la educación inicial entiende que el niño aprende jugando. El juego es el proceso que la naturaleza ha creado para que los pequeños seres humanos descubran el mundo, se relacionen con él y se apropien de sus leyes. Es, sin lugar a dudas, el principal medio de acceso, encuentro, diálogo e interacción con el mundo exterior y, a su vez, permite la construcción del mundo interior del niño.
Hace algunos años se veía a la educación inicial como una preparación para la educación primaria, era accesible sólo a unos pocos niños y no formaba parte de la enseñanza obligatoria. Por lo tanto, no tenía espacio en el presupuesto educativo, no era una de las metas de quienes diseñan los programas de educación, ni tampoco despertaba mayormente el interés de los investigadores. En aquellos tiempos de abandono y soledad, la educación inicial tenía libertad para organizar su programación didáctica. La ludicidad, la iniciativa propia de cada niño y su ritmo, aprender jugando – el principio froebeliano más puro y original – dictaban la pedagogía para la primera infancia.
Con el descubrimiento, por varias ciencias, de la importancia de los primeros años de vida en la formación de la inteligencia y en la construcción de las estructuras cognitivas, sociales y afectivas, se condujo el interés de los gobiernos a la educación inicial y esto la convirtió en la primera etapa de la educación básica. Con este cambio, varios sistemas de enseñanza y escuelas cambiaron la pedagogía de la infancia por objetivos y métodos formales de enseñanza medidos a través de exámenes.
Hoy en día, existen estudios longitudinales que ponen en duda si empezar más temprano la enseñanza formal de matemáticas y lenguaje conduce al alumno a un rendimiento más exitoso en la escuela. Por ejemplo, en Alemania se condujo una reforma educativa en 1970 donde se cambió el énfasis de la mayoría de los jardines de infantes del juego al desempeño cognitivo de los niños. Un grupo de investigadores siguió de cerca la experiencia de 50 centros de educación inicial y los resultados fueron que a los diez años de edad, los niños que jugaban en su primera infancia eran sobresalientes en varios aspectos: estaban más adelantados en lectura y matemáticas y mejor adaptados social y emocionalmente. Estos niños superaban a los demás en creatividad, en inteligencia, en lenguaje expresivo y en otras habilidades. Como consecuencia de este estudio, los centros de educación inicial alemanes volvieron a la pedagogía del juego como centro (forma y contenido) del aprendizaje.
Así como los cocheros ponen viseras a los caballos para evitar que se distraigan y lograr que éstos caminen más rápido, el sistema educativo de hoy “pone viseras” a los alumnos para que no se distraigan con cosas que no pertenecen al objetivo inmediato del aprendizaje. En esta analogía los maestros funcionan como cocheros del currículo y las pautas de aprendizaje serían la zanahoria atada a la punta del palo, medio metro por delante del caballo para que éste se apresure en su dirección y así tire la carreta con más determinación y prisa. Sin embargo, no está comprobado que esta zanahoria funcione.
Vital Didonet es profesor, especialista en educación inicial. Su trabajo se concentra en temas relacionados con las políticas públicas por la primera infancia, en la defensa y promoción de los derechos del niño, y especialmente en la educación inicial.
Consejo Interinstitucional para el Desarrollo de Cosntanza, Inc. dice
Iniciativas de Espacios para Crecer, deben ser reiniciadas en Constanza al igual que los preescolares comunitarios, que persiguen ese propósito: EDUCAR!!