Las experiencias adversas en la infancia, como el descuido, el maltrato físico o emocional, el abuso, el abandono o ser testigo de violencia doméstica, son más comunes de lo que se cree: desde que se las estudió por primera vez, en 1998, se descubrió que, por ejemplo, 6 de cada 10 personas en Estados Unidos experimentaron al menos una experiencia adversa antes de los 18 años. Sin el apoyo adecuado, las experiencias adversas en la infancia (conocidas como “ACEs”, por sus siglas en inglés) no solo afectan los primeros años, sino que también pueden tener consecuencias en la salud física y mental a lo largo de la vida, limitando las oportunidades a futuro.
En este artículo, te contamos sobre el impacto de las ACEs, el panorama de la adversidad en México, y qué podemos hacer para prevenir o mitigar sus efectos.
El impacto de las experiencias adversas en la infancia
En aquel estudio de 1998 se descubrió que las experiencias adversas en la infancia aumentan el riesgo de problemas físicos, psicológicos y sociales: adultos que en la infancia habían vivido en hogares disfuncionales y experimentaron 4 ACEs o más se encontraron con mayor riesgo de desarrollar depresión, adicciones, obesidad, diabetes y cáncer, entre otras problemáticas.
Esto se debe a que las experiencias adversas en la infancia pueden activar los sistemas de respuesta al estrés de manera aguda y crónica. El estrés tóxico, que se define por una exposición prolongada a factores de estrés sin apoyo emocional suficiente, puede alterar la fisiología del niño de forma permanente, afectando su desarrollo y aumentando el riesgo de presentar enfermedades en la adultez.
¿Es posible prevenir o mitigar los efectos de las experiencias adversas en la infancia?
Es importante entender que las experiencias adversas en la infancia no son un problema aislado ni del contexto de un hogar: estas afectan a una gran cantidad de niños y niñas en todo el mundo. Y la buena noticia es que existe evidencia de que sus efectos son posibles de contrarrestar o mitigar a través de experiencias positivas o benevolentes en la infancia (BCEs).
Esto quiere decir que el hecho de haber atravesado experiencias traumáticas no significa que la persona necesariamente vaya a enfrentar consecuencias en su salud: contar con espacios de contención en la escuela o con profesores u otros adultos de apoyo puede ser una herramienta poderosa para proteger al niño frente al impacto de la adversidad.
Es por eso que desde el Centro de Primera Infancia del Tec de Monterrey y Fundación FEMSA decidimos hacer de este tema una prioridad en nuestro primer año de trabajo. Porque solo conociendo la incidencia de las ACEs y sus particularidades a nivel local es posible trabajar para prevenirlas o mitigarlas con acciones concretas.
En el marco del trabajo de La Tríada, una alianza estratégica entre la Universidad Católica de Chile, la Universidad de los Andes en Colombia y el Tecnológico de Monterrey, trabajamos junto al Centro Cuida, de Chile, que realizó la primera encuesta nacional sobre experiencias adversas en la infancia en la región. Y, en México, adoptamos una metodología similar con el objetivo de comenzar a construir un panorama sobre las ACEs que permita diseñar respuestas más efectivas para mejorar el bienestar infantil en América Latina.
El panorama de la adversidad en México
Este estudio fue presentado en el segundo Foro Internacional de Primera Infancia, un encuentro realizado entre el 20 y 21 de noviembre pasado que reunió a expertos de diversas áreas para analizar la situación de las experiencias adversas en la infancia y guiar la implementación de políticas y acciones para mejorar el futuro de la niñez.
El estudio incluyó entrevistas a 1.148 adultos de entre 18 y 65 años y a cuidadoras de 200 niños entre 3 y 5 años en zonas rurales y urbanas y de diversos niveles socioeconómicos en 26 estados de México. En el grupo de niños, también se realizaron mediciones de peso, talla, circunferencia de cintura y estado nutricional y se recolectaron muestras de pelo para investigar los niveles de cortisol –la hormona del estrés– en el organismo. Así descubrimos:
En el grupo de adultos:
- Casi 9 de cada 10 adultos experimentaron al menos una experiencia adversa antes de los 18 años.
- El 30% estuvo expuesto a situaciones de abuso de alcohol o drogas y a violencia intrafamiliar y el 15% sufrió abuso sexual.
- 22% experimentó 4 ACEs o más.
En el grupo de niños:
- 4 de cada 10 han experimentado alguna experiencia adversa. Las más frecuentes se relacionan con la disfunción en el hogar, como la negligencia emocional, tener padres separados o ausentes y la violencia intrafamiliar.
- El 68.5% de los niños son criados con algún tipo de violencia física o psicológica.
- 1 de cada 3 niños no cuentan con libros infantiles en el hogar.
El diagnóstico es duro, pero es justamente por eso que no podemos dejar que los datos nos desanimen. Es momento de actuar. Es necesario adoptar un enfoque integral y multisectorial que permita integrar estos hallazgos en políticas de salud pública, programas comunitarios, educativos y servicios de salud física y mental.
Accede a más recomendaciones en este informe y mantente alerta a las novedades del Centro de Primera Infancia, que pronto lanzará nuevos informes sobre el impacto del estrés tóxico en la niñez con el objetivo de guiar políticas y acciones que permitan transformar el futuro de la infancia.
Adriana, me encantó el artículo. Ciertamente las “heridas de la infancia” en algunas ocasiones pueden ser prevenidas o mitigadas en un buen contexto comunitario y escolar. Ir al colegio a edades tempranas no solo es para “aprender”, sino para convivir, sanar, resolver, formar redes de apoyo y mucho más. Qué maravillosa iniciativa del TEC y de FEMSA y qué mejor que seas tú quien la lidere. Felicidades.