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Por Norbert Schady.
Durante los recientes disturbios en Baltimore, EE.UU., Toya Graham, una madre irascible de un joven que aspiraba a ser parte de las manifestaciones, se convirtió en una celebridad instantánea al ser grabada mientras castigaba a su hijo. Apareció en el noticiero de la noche abofeteándole la cabeza repetidamente mientras lo empujaba por la calle, alejándolo de la violencia que invadía la ciudad.
Dada la situación, las acciones de la señora Graham – que bajo muchas definiciones podrían clasificarse como castigo corporal “severo”, podrían ser no sólo justificables, sino loables. Al haberle impedido unirse a esta violenta multitud, que se manifestaba a favor de Freddie Gray, un joven afroamericano que murió bajo custodia policial, le pudo haber salvado la vida a su hijo. Sin embargo, ojalá el caso de la madre de Baltimore sea visto como lo que es: la excepción que confirma la regla. Los niños de cualquier edad no deben ser objeto de abuso físico.
Los especialistas en desarrollo infantil consideran que el castigo corporal “severo” hacia los niños, puede dejarles una huella de por vida.
Si bien el tema puede parecer evidente, no es del todo así. La mayoría de los investigadores que estudian los castigos corporales suelen distinguir entre:
- el castigo corporal “leve”, también llamado “dar nalgadas” (pegar a los niños en las nalgas o las extremidades con la mano abierta sin infligir daños físicos).
- el castigo corporal “severo” (dar palizas o golpear con un objeto o con el puño cerrado, o golpear al niño en la cara o el pecho).
Los especialistas en desarrollo infantil coinciden en que el castigo corporal “severo” conlleva daños psicológicos duraderos, pero no existe un consenso parecido sobre los efectos de dar nalgadas.
Asimismo, es relativamente sencillo establecer asociaciones entre el castigo corporal y una diversidad de resultados, entre ellos la tasa de problemas de salud mental y agresividad durante la adolescencia y la edad adulta. Sin embargo, determinar efectos causales es bastante más complicado.
En numerosos estudios se utilizan encuestas transversales que preguntan a los adultos acerca de comportamientos y resultados actuales, así como de la incidencia de diversas formas de castigos corporales en la infancia (Afifi et al. 2012, entre muchos otros). En otros trabajos se emplean datos longitudinales que vinculan la incidencia del castigo corporal en la infancia con resultados de aprendizaje o socioemocionales en etapas posteriores de la vida (Berlin et al. 2009, entre otros).
Una gran cantidad de estos estudios demuestra que los niños que han sido castigados físicamente tienen peores resultados de aprendizaje en su futuro, más problemas mentales y más probabilidades de verse envueltos en actividades delictivas en la adolescencia y en la edad adulta (véase Gershoff 2002 para un meta-análisis de los trabajos disponibles).
No obstante, no queda claro si estas asociaciones tienen una interpretación causal pues puede existir un problema de variables omitidas. Específicamente, numerosos estudios llegan a la conclusión de que los niños de estatus socioeconómico más bajo están más expuestos a un trato “severo” por parte de los padres, incluyendo castigos corporales. Sin embargo, la correlación entre el estatus socioeconómico y las variables en la edad adulta puede ser significativa incluso condicionando por las prácticas de los padres.
La literatura sobre desarrollo infantil ha intentado abordar esta preocupación incluyendo en las estimaciones estadísticas otras variables que también podrían estar relacionadas con el resultado de interés, tales como la educación de los padres o algún indicador aproximado del ingreso del hogar. No obstante, es poco probable que estos expliquen toda la variación relevante.
En segundo lugar, hay una variabilidad individual, por ejemplo, genética. Los niños que son más difíciles (irritables, quisquillosos o agresivos) tienen más probabilidades de sufrir castigos corporales. Al mismo tiempo, puede que estos niños estén más predispuestos a tener malos resultados en la edad adulta por otros motivos.
En ambos casos, las asociaciones entre castigo corporal en la infancia y malos resultados en la edad adulta probablemente sobrestimen los efectos causales. Si bien es muy probable que el castigo corporal “severo” tenga efectos nefastos de larga duración, mostrar un indiscutible efecto causal de los castigos corporales en los resultados posteriores es extremadamente difícil.
Los castigos corporales “severos” constituyen un fenómeno generalizado en la región de Latinoamérica y el Caribe (véase el gráfico 1). En cuatro países (Belice, Bolivia, Jamaica y Santa Lucía), la incidencia de castigos corporales “severos” es del 40% o más. En otros cuatro (Colombia, Perú, Surinam, y Trinidad y Tobago) se acerca al 30% o lo supera. En todos los países hay gradientes en la frecuencia del castigo corporal “severo” relacionados con el nivel de educación materna.
Por ejemplo, tanto en Bolivia como en Perú, los hijos de una madre con estudios secundarios completos o más tienen sólo la mitad de probabilidades de ser castigados con severidad si se les compara con los hijos de una madre con escuela primaria incompleta o menos. En todos los países, los varones sufren castigos corporales “severos” con más frecuencia que las niñas.
La alta incidencia de los castigos corporales entre los niños pequeños en la región hace que éste sea un tema de preocupación. Por más que los efectos causales puedan ser verificados o no, pegar a los niños no es una forma apropiada de disciplina, y sin duda tiene el potencial de causar más daño que bien.
¿Qué piensas del castigo físico? ¿Crees que es justificable pegar a los niños? ¿Qué otros castigos crees que son una opción más valida y educativa antes que golpear a un niño? Haznos saber tu opinión dejando un mensaje en nuestro blog y en twitter mencionándonos en tu tweet @BIDgente.
Este es sólo uno de los varios temas tratados en la próxima edición de la publicación emblema del BID, Desarrollo en las Américas (DIA), titulada Los primeros años: el bienestar infantil y el papel de las políticas públicas. Haga clic aquí para recibir actualizaciones sobre este libro y un PDF gratuito tras su publicación.
Norbert Schady es el Asesor Económico Principal para el Sector Social del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).
Puedes encontrar la versión en inglés de este artículo en el blog IDEAS MATTER del BID.
Excelente! nada justifica un golpe ni el maltrato de ningún tipo. Ojala algún día no haya que escuchar a adultos diciendo “me duele mas a mi que a el” o “una palmada no le duele” o peor aun “es por su bien”.
Muchos padres o cuidadores señalan que las nalgadas son el último recurso que utilizan, y si lo hacen es para corregir. Personalmente, creo que las nalgadas no deberían considerarse como un recurso de corrección, pero también es importante enseñar, mostrar y acompañar en recursos correctivos basados en una disciplina positiva para reaprender nuevas formas de orientación y formación, y que el castigo sea leve o severo sea eliminado de las formas de corrección.
Coincido plenamente con el artículo, el castigo físico crea miedo y temor en el niño, sentimientos que de adulto se podrían convertir en inseguridad. Muchas veces los padres ejecutan castigos físicos buscando obediencia o tratando de implantar respeto cuando esto se puede lograr a través de otras acciones que logren en el niño la misma respuesta de obediencia y respeto, como por ejemplo la admiración basada en el amor que los padres podamos trasmitirles. Corregirlos con amor no significa ser blandengues sino es darse el tiempo necesario para que el niño que esta aprendiendo a desarrollar su conducta entienda que debe obedecer a los papas. Lamentablemente los niños son presos de las creencias y forma de pensar de los padres o cuidadores quiénes en muchas ocasiones repiten lo que se les aplicó. Políticas públicas de protección a menores existen en mi país, lo que consideró hace falta es ejecutarlas y concientizarnos sobre la importancia de cuidar a los niños y el efecto positivo que tendría en cada país.
Si entre adultos no debemos corregir con golpes porque el otro me lo puede devolver, ¿por qué lo permitimos con los niños/as sólo por nuestro poder físico? La práctica de construir autoridad desde el intercambio de ideas y el encuentro con el otro me parece el acto más humano que le puedo enseñar a los más chicos. Ser protagonistas de paz es dejar de encontrar excusas para violentar a otra persona más allá de su edad y condición.
Hace ya algún tiempo hice mi trabajo en Psicología sobre este tema y fueron muchas las reflexiones producto de la investigación, pero sobre todo, y la más impactante, es la huella tan imborrable que produce este tipo de castigos. Cada vez se hace más necesario la intervención de diferentes actores en la prevención de este tipo de maltrato injustificable. Excelente artículo gracias por compartir.
Recordemos que muchos de los niños callan el matrato, además no sólo está presente en padres con poca o escasa formación. Sucede que muchas de las veces creemos que el castigar puede darnos una autoridad equivocada y al contrario lo que estamos perdiendo es eso, ya que nuestros hijos de a poco irán perdiendo la confianza.