En 2011, le hicimos esta misma pregunta a 1.300 hogares mexicanos de bajos ingresos (entre US$115 y US$345) distribuidos en 9 ciudades del país. Aunque parezca sorprendente, el 11% respondió que no. Les preguntamos por qué: 55% dijo por estar sucia y 36% porque no confiaba en su calidad. El restante 9% otras causas.
Estos porcentajes muestran dos grandes problemas. El primero, reflejado en el 55% que dice estar sucia, es el gran desafío de calidad que enfrentan muchos países de la región. En los últimos 20 años, América Latina y el Caribe ha avanzado notablemente en materia de acceso, pero aún tiene un largo camino que recorrer en materia de calidad de los servicios, especialmente en lo que hace a la continuidad del mismo.
El segundo, reflejado en el 36% que dice no confiar en su calidad, es que hay dinámicas de información y percepción que afectan el comportamiento de los usuarios. En otras palabras, si la calidad del servicio es percibida como mala, la gente aseará a sus bebés con agua embotellada incluso cuando cuente con agua potable.
Una buena prestación de servicios básicos no es sólo un tema de infraestructura sino también de percepciones. Por ello, los desafíos del sector de agua y saneamiento deben abordarse desde una perspectiva integral que permita ver la tubería y los ladrillos, pero también un poco más allá.
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