El homicidio es la forma extrema de la violencia. Es la forma última de la victimización. Sea o no intencionalmente, no puede haber mayor daño que quitarle la vida a alguien. Y aunque al hablar de la violencia homicida no se puede nunca pensar en algo positivo, sí hay indicios para creer que cada vez hablaremos menos de ello en el futuro en el mundo, menos en Latinoamérica.
A nivel global, según datos de las Naciones Unidas, la tasa de homicidios viene reduciéndose progresivamente desde hace ya décadas, cuando se empezó a recabar información estadística al respecto. Si en los años 2000 y el 2001 el promedio de las tasas de homicidio de todos los países del mundo era de 8,6 y 8,7 por cien mil habitantes respectivamente, este promedio entre 2011 y 2012 se ha ubicado entre los 8,0 y los 8,3 homicidios por cien mil habitantes. Son cambios de décimas en la tasa efectivamente, pero representan un cambio global muy significativo y sobre todo, vista la serie de tiempo completa, muestran una tendencia sostenida de mejora que nos da esperanza de un futuro mundial cada vez menos violento.
Debe saberse que visto a muy largo plazo, esta tendencia en el descenso de la violencia homicida no ha sido ni rápida ni drástica. A diferencia de los cambios económicos o financieros, los cambios demográficos y sociales no son volátiles ni fulminantes. Sólo las guerras y las revoluciones sociales traen cambios sociales súbitos. Pero el cambio social, en general y, de nuevo, visto a largo plazo, es normalmente lento y temperado. Y también debe saberse que esta buena noticia del descenso de la violencia homicida en el mundo no debe intrigarnos ni sorprendernos tanto.
Las razones del descenso histórico de esta violencia homicida a largo plazo son bien conocidas por los estudiosos de la historia de la violencia como Manuel Eisner: un estado de derecho que aminora el deseo de venganza y justicia por mano propia; gobiernos y arreglos sociales más legítimos; mayor protección contra riesgos naturales y sociales que a su vez facilitan una mayor cohesión social; y finalmente un mayor auto-control y apego a reglas que eliminan los motivos de confrontación.
Pero esta buena noticia a nivel global no es extensible a nuestra región latinoamericana. Otra característica del cambio social es que es variable en el tiempo y el espacio, y que el mundo no es todo igual. Latinoamérica es la excepción y la contradicción a la buena noticia del descenso global de la violencia homicida.
En Latinoamérica la violencia homicida no se ha reducido en los últimos años como lo ha hecho el resto de las regiones del mundo. De hecho, somos la única región del mundo en donde la violencia homicida ha empeorado y la tendencia es hacia un mayor empeoramiento. En nuestra región están los países con las mayores tasas de homicidios fuera de una situación de guerra. Hemos pasado de contabilizar 15,2 homicidios por cien mil habitantes en el año 2000 a registrar 21,5 homicidios por cien mil habitantes en 2012 en el promedio de los países que conforman a la región.
Es importante saber que hay una gran variación al interior de la región y que varios de nuestros países poseen niveles muy diferentes de violencia homicida. Por ejemplo Argentina y Uruguay son países con tasas de homicidio intencional comparativamente bajas, o similares a las de otros países industrializados, como los Estados Unidos, pero aún muy por encima de Canadá u otros países del continente Europeo. Por otro lado, Paraguay ha mostrado un gran avance en la reducción de su tasa de homicidios en este siglo, aunque sigue siendo el doble de la norteamericana. En todo caso, la región no es un bloque homogéneo en este respecto y que en algunos países los niveles de violencia son comparativamente bajos y que sí se registra un progreso en el tiempo.
Pero en el agregado regional y en el futuro cercano, todo constante, como a veces dicen los economistas, enfrentamos un escenario realmente desolador en este respecto. Imaginen a quince años adelante, en el año 2030, básicamente a la vuelta de la esquina, que una parte del mundo, la nuestra particularmente, sufrirá tasas de entre 30 o 35 homicidios por cien mil habitantes en el promedio de los países que representamos.
Mientras, imaginen a Europa con un promedio de 1 homicidio por cien mil habitantes, o Asia con 1,7 homicidios por cien mil habitantes y África con 4 homicidios por cien mil habitantes. Por cierto, en este párrafo, también debe reconocerse el avance pacificador del continente africano, el cual redujo a la mitad su tasa de homicidios entre los años 2000 y 2012, dándonos ejemplo de un progreso espectacular y casi “revolucionario” en el sentido más socialmente positivo.
Si las tendencias anteriores son las más probables, es decir, la de una pacificación cada vez mayor del mundo, pero de una mayor violencia extrema y discordia en Latinoamérica, y además sabiendo que el futuro es fuertemente dependiente de lo que hagamos en el presente, ¿qué debemos hacer ahora para revertir la tendencia regional de un ascenso de la violencia homicida? De nuevo hay que leer a Eisner y pensar en los procesos sociales y políticos que nuestros países vienen precisamente impulsando: necesitamos un estado de derecho en los hechos, gobiernos legítimos con una clase política confiable, una mayor cohesión social impulsada por una sociedad civil más activa y crítica, y un mayor autocontrol y apego a las reglas de convivencia diaria.
Esos cuatro factores en movimiento, articulados por una política pública regional preventiva y basada en evidencias, podrán progresivamente reducir los detonantes de la confrontación interpersonal. No tengamos expectativas irreales y esperemos resultados en el corto plazo. Pero empecemos ya el camino de la prevención de la violencia y la delincuencia por la vía de las políticas públicas con resultados e impactos reales.
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Foto crédito: Flickr CC Thompson Sa
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